martes, 22 de enero de 2008

Qué simpáticos, los nuevos...

Éramos los viejos Erasmus (chan, chan, chan chan chan). Estábamos acostumbrados ya a hablar como en familia, a decir las cosas de acuerdo con lo que pensábamos en cada momento sin problemas, incluso al dirigirnos a gente del Erasmus con la que no teníamos tanta confianza, pues al fin y al cabo estaban en una situación como la nuestra. Y de esa misma forma nos acercábamos a "los nuevos", que al fin y al cabo no dejaban de ser "Erasmusleute". Ellos nos respondían haciendo lo contrario de lo que les aconsejábamos, poniéndonos motes, sentándose en mesas distintas al llegar a Mensa... Eran así con nosotros, pero también entre ellos. Ahí estaban ellos, tenían que quedar bien delante de un montón de desconocidos, tenían que demostrar lo que valían. Tras varias hornadas Erasmus ha quedado claro que eso es lo habitual y que, seguramente, nosotros mismos nos vimos en una situación similar.

Hacían sus cenas, sus fiestas. Se acababan de conocer, pero ese era su lugar, su grupo, nosotros no pintábamos nada. Ya teníamos bastante con poder quedarnos allí con su permiso, con el permiso de los auténticos Erasmus. Jordi se había infiltrado en una pre-fiesta que habían hecho mientras nosotros estábamos en Berlín, antes de la llegada oficial de los nuevos, así que había hecho buenas migas con algunos de ellos y se salvaba un poco de esa situación. El resto nos merecíamos ir a la hoguera, o algo parecido. A nosotros eso nos importaba mucho, pero mucho mucho mucho... Un traumaaaaa... Vamos, que nos importaba tanto como saber el modo en que se reproducen los elefantes africanos en primavera. Nos había decepcionado la forma de tratar con nosotros que tenían "los de octubre" pero con pasárnoslo bien entre nosotros teníamos suficiente. Los elefantes, también.

No hay comentarios:

Publicar un comentario