Realmente podemos dividir el Erasmus en dos grandes partes. Los 4 primeros días, y el resto.
4 de septiembre, 2006. 7.30 de la mañana. Un kiwi? Venga. A madrugar nuevamente, qué cara debía llevar... Hablando de cara, casi olvido que el viernes anterior había quedado con Johannes nuevamente para comprar el billete mensual de transporte público. Entrar al metro sin "picar" el billete es algo a lo que no estamos muy acostumbrados en Spanien.
Johannes ya me había indicado cómo llegar a la Universidad, y dónde estaba la oficina de relaciones internacionales. Ahora sólo faltaba no perderme. Efectivamente, no me perdí para llegar. Enfrente del edificio habían dos personitas con dos hipermaletas. Era evidente que eran Erasmus, y que esperaban lo mismo que yo. Después descubriría que eran Radek y Kasia, dos polaquitos que estaban como un cencerro. Pero yo no había desayunado, y había venido con mucho tiempo para comer algo por ahí. Intenté llegar a la zona que me había llevado Johannes para las cervezas, pero no lo conseguí. Había algún bar por el camino, pero estaba cerrado todavía. Vuelta atrás, a ver si encima vas a llegar tarde.
Ya había alguien más, las dos personitas seguían fuera muriéndose de frío, y dentro había una chica de aspecto más mediterráneo que todo lo que llevaba viendo desde hacía 5 días, y una chica de origen indefinido con un libro, a lo suyo (luego descubriríamos que era Erin la americana, y que ella y su libro seguirían todo el Erasmus igual). Sólo quería un poco de descanso mental y poder hablar algo de castellano, con un poco de suerte sería española... Le pregunté si era allí lo del Francesco Ducatelli, pregunta estúpida cuyo único objetivo era escucharle la voz y ver de dónde era el acento. ¡Casi! Era italiana, se llamaba Alice, y nunca paraba de reír. Nos podíamos entender perfectamente en Spanisch-Italienisch, que vivan las lenguas románicas.
Al fin llegó un alemán con sonrisa diabólica y nos invitó a pasar. Empezó a llegar la gente. El alemán diabólico nos preguntaba de dónde éramos, por qué habíamos venido a Hannover, etcétera. Hablaba rapidísimo. Yo que pensaba que sabía alemán con mi mes de clases... Se llamaba Auditor y me daba miedo. Durante un rato, seguimos hablando los tres (Alice, yo y mi estómago). Al rato aparecieron dos alemanas y el gran Ducatelli. Era un nombre ya tan familiar (por los mails pre-erasmus de información y preguntas varias, la mayoría sin respuesta...) que estoy seguro que todos deseábamos conocerlo en persona. Estábamos en un aula más bien mediana, y representa que ahí tenían que caber todos los Erasmus. Todos los Erasmus y las galletitas con café!!!! Al fin!!! Desayunooooo!!!!
Fue entonces cuando Ducatelli vino a mí. Necesitaba hablar algo conmigo a solas. No me habló de la familia. Me comentó que había una pareja de polacos que querían estar en habitaciones contiguas porque se querían mucho mucho. Y la de al lado de la polaca era mi habitación (o al revés). Así que si no me importaba (y si no también) me cambiaba de habitación, a la planta de arriba. Cuando tuviera la mudanza hecha, ya le llevaba la llave. Para que luego digan que hay que deshacer la maleta nadamás llegar a los sitios: por suerte tuve una mudanza rapidísima, y encima subí de nivel (una planta!!). Es más, el primer día oficial del Erasmus ya tenía dos llaves en mi bolsillo (los que sigáis leyendo el blog por los tiempos de los tiempos veréis por qué lo digo). Crucé algunas palabras más con Alice hasta que llegó John el suizo. Tenía aspecto de suizo, porque era el único suizo que había visto en mi vida y por tanto todos los suizos que conocía eran como él. Monopolizó la conversación, al principio dirigiéndose a ambos y luego a Alice en italiano. Así que me fui a visitar a los que creí que serían la pareja roba-habitaciones. ¿Por qué? Porque parecían ser pareja y parecían ser polacos. Galletita por aquí. Les eché la bronca en clave de humor pero no me entendieron. Se lo expliqué y me entendieron, pero ya no tenía gracia.
Ducatelli reapareció, y nos animó a sentarnos. Galletita por allá. Empezaron a proyectar diapositivas y nos dijeron lo que ya sabíamos, pero en alemán para que Jaume no lo entendiera. Luego me enteré que casi nadie entendió nada. Mal de muchos consuelo de Jaumes. Empezó a desfilar gente por allí, que si de la asociación de estudiantes internacionales para llevarnos a actividades interesantísimas, que si los profesores de alemán (el alemán diabólico era el del nivel avanzado, bieeeeeeeen); que si había que llevar la documentación y pagar el curso... Empezamos a rellenar papeles y nuevamente a hablar un poco con todos. Y a comer más galletitas. Nos pusimos a dibujar mapitas situando dónde vivíamos, con Alice la italiana y John el suizo. Galletita.
De repente apareció un individuo moreno y delgado, de faz amigable y expresión tranquila. Era César, y nos comentó que nos había oído hablar español, que de dónde éramos. Alice se partió de risa y dijo que era italiana pero que yo sí que era español. Él era de Madrid, y estudiaba arquitectura. Lo mejor de empezar el Erasmus: quieres conocer a todo el mundo y todo el mundo te quiere conocer a ti. Las ventajas: siempre empiezas la conversación de la misma forma, presentándote y preguntando lugar de procedencia, y a partir de ahí viendo lo que sabes de ese país o ciudad, y contando chorradas sobre el tuyo. Unas 3 horas de conversación sin tener que pensar mucho: eso ni en la mejor de las familias. Galletita.
A partir de ahí, todos a hablar con todos. Los que nos habíamos conocido a primera hora ya éramos como de la familia, los demás... Primos lejanos! Hubo una nueva incorporación hispanoparlante: Sara, de Valencia, traducción e interpretación. Una chica de aspecto serio y responsable y de mirada penetrante, que decía muchas tonterías y pestañeaba compulsivamente. Nos quedamos un buen rato el cúmulo inicial (como en los chistes, un barcelonés, un madrileño, una valenciana, una italiana y un suizo). Galletita (la última). Vivíamos en la misma residencia. Sara era mi vecina de planta (de la nueva planta). Peligro, peligro, todo el mundo me lo había avisado: ¡¡No te juntes con españoles, que no aprenderás alemán!! Por suerte luego nos dispersamos nuevamente.
Para variar, me quedé en la luna deambulando por ahí y presentándome a la gente (sí, suena ridículo, pero era lo que íbamos haciendo todos, instintivamente supongo). Tan alelado me quedé que un poco más y no pago, cuando todos se iban a ir me di cuenta que me había olvidado de pagar. Aunque quedándome el último hice el camino hacia la clase con la profesora (Perrine), y obtuve información privilegiada: íbamos a jugar a pelota en la primera clase! Sí, tenía su lógica, te pasan la pelota casi de repente y tienes que pensar rápido en decir cómo te llamas, tu país, tu edad, en alemán. Y así fue. Ich bin Jaume, ich komme aus Spanien... Bien, no voy a describir la clase.
Éramos un buen surtido Cuétara, de todos los países, de todas las carreras. Me gustaba. Después de la clase nos dirigimos hacia el Mensa, ese sitio del que tanto habíamos oído hablar, el de la comida a precios de risa. (...)
por fin salgo yo en el blog, ya se pone interesante, jajajaj
ResponderEliminarPues sí, tenías razón, al final he pasado de la primera semana de Erasmus... ¡Increíble!
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