domingo, 24 de junio de 2007

Septiembre

Cuando me desperté agosto ya había terminado. A diferencia de la noche anterior, esa mañana (por llamar de alguna forma al momento de despertarse, aunque fueran las 3 de la tarde) descubrí que ya tenía a alguien con quien charlar: mi estómago no dejaba de hablarme, esperando algún tipo de respuesta por mi parte. Pero pronto me di cuenta que lo que quería no era conversar conmigo: quería montarse una fiesta peristáltica, y quería que yo le suministrara las provisiones. Para un compañero de batallas que tenía, no podía fallarle, así que le obedecí. Dirección al centro. Kröpcke, o lo que parecía ser la estación central de metro.

Todo se veía distinto. El día seguía siendo gris, pero ni llovía ni hacía frío, y sobre esa hora había más luz que la tarde anterior. No conocía nada, así que decidí seguir el método Pulgarcito: perderme. Por lo que vi en el mapa, la ciudad estaba plagada de paradas de metro, fuera donde fuera siempre encontraría una, y si no preguntando llegaría a Roma. Seguí por las calles que me pareció, caminando sin rumbo, sin prisa, sin idea de dónde ir. Era una ciudad bonita pero parecía toda como un decorado. Más tarde César (uno de los Erasmus) daría con la idea exacta: el centro de la ciudad era como un gran centro comercial. La diferencia: tenía como añadidos alguna que otra Ópera, un Ayuntamiento, una estación, y muchas casas rellenas de alemanes. Igual de rellenas que las patatas que me comí junto a una ensalada de pescado y pepinillos al llegar a un restaurante de especialidades del mar ("o argo"). No recuerdo el nombre, aunque si venís os lo enseño. Luego vería que fui a un sitio poco típico de Hannover (porque no ponían Bratwurst, vamos...), aunque como comida alemana no estaba nada mal. Como buen recién llegado a Deutschland me pedí un agua (a secas). Me trajeron un agua (con gas). Me gusta el agua con gas, pero no era consciente que para pedir agua (sin gas) hay que pedir agua SIN GAS. Si se puede alzar un poco la voz en el ohne (sin), mejor que mejor.

Unos cuatro euros un plato combinado que estaba muy bueno, ¿Será verdad que Alemania no es tan cara? ¡Qué bien! ¡Pues me pido un café! Qué bien me siento ahora, y por cuatro duros. Die Rechnung bitte? (que se notara que había estudiado un mes de alemán y podía pedir la cuenta...). Ja gern! Serán dos euros treinta por el café, y 2 euros por el agua (con gas). Ahí tenía mi comida por dos duros... ¡Novatoooooo!

Al fin nos habíamos reconciliado, mi estómago me regaló una dosis de energía mezclada con modorra, y empezó a trabajar. Ahora ya no me hablaba, volvía a estar solo, así que decidí continuar mi paseo sin rumbo. Esta vez no seguí la técnica Pulgarcito sino la de Hansel y Grettel: miré hacia arriba y fui en busca de lo que yo creía que serían los puntos clave de la ciudad. Sin mirar el mapa, sólo por el placer de perderse. Marktkirche. El río. El Ayuntamiento. Casas. Calles. Ya estaba perdido, al fin. Pregunté por la estación central (que síí, por eso del mes de alemán) y volví a encaminarme. La Ópera. Estaba cerca, pero no lo sabía. Tiré a lo fácil y le pregunté a un "señor con corbata", en inglés. Demasiado esfuerzo había sido intentar entender las indicaciones en alemán de la señora de antes!

Estación. Tranvías. Gente de todo tipo. Punkies. Hambre. Bocadillo de pescado en el Nordsee, para comer andando por la calle, estilo alemán. No era aún suficientemente alemán: me senté en una especie de bancos enfrente de la estación. Pensamientos trascendentales. Gente. Alemanes. Alemanas. Como Canarias, como Mallorca, pero en su salsa. Salsa... Comida... El bocadillo se había acabado, tenía más hambre. Pizza. Tabaco. 4 euros, dolor. Paseo. Casa.

Cuarta planta, noch einmal. Sopresa: ¡Había gente! Somos nuevos. Nos presentamos. Un vietnamita y un ukrainés. Veníos a mi habitación (a la del de Ukraína). Nombres, números de habitación, conversaciones de recién llegados. Yo casi no sabía alemán, el de Vietnam casi no sabía inglés. Así que nos entendíamos vía pot-pourri idiomático y con la ayuda del ukrainés, que hacía de traductor. Vinieron más visitas, también nuevos, pero casi fue de pasada. Sueño. Cama. Esta vez me digné a poner el edredón, pero poner las sábanas ya era pedir mucho, estaba agotado.

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