jueves, 23 de agosto de 2007

Glocksee, la abducción

Una de las casas visitadas estaba frente a la parada de tranvía de Glocksee (ves César, ahora ya lo escribo bien). Unas 7 personas compartían el lavabo de una casa enorme y desastrada con los trabajadores de una oficina que estaba en el mismo edificio. Hacían una compra mensual de 90 euros y compartían todo lo que se dejaba en la cocina. La habitación era gigantesca, la casa, impactante. Esa visita duró más de lo habitual, nos quedamos como 3 horas siendo observados por los mitbewohners mientras hablábamos sobre nosotros. El caso es que dio sus frutos: al cabo de unos días llamarían para proponerle a Salva que se uniera a su gran familia. Dónde se había ido a meter...

Entre tanto, César y Rachel habían encontrado también piso; el de Rachel era otra maravilla de la naturaleza, aunque no estaba muy cerca. Sara había visto una residencia que estaba bastante lejos, así que seguía buscando alternativas. Jordi y yo seguíamos pendientes de las llamadas, y seguíamos contando con la ayuda de Salva, que aunque tenía ya piso se solidarizó con nosotros para seguir buscando. Al final, decidimos mirar más por nuestra cuenta otra vez: faltaba sólo una semana para acabar septiembre, tendríamos la motivación y presión suficiente como para aprovechar al máximo la hora de Internet que teníamos en la biblioteca (nada de mails), incluso para hablar alemán por teléfono, aunque fuera al estilo Gran Jefe Culo Blanco.

Aún así, el Erasmus continuaba con sus fiestas, sus cursos, sus actividades. De esos momentos guardamos bonitas fotos como esta de Alexis:

Los lunes eran del Dublin Inn, el bar irlandés, desde el primer hasta el último lunes del Erasmus sería una visita obligada. Las Weissbier de medio litro costaban 2,2 euros, precio de estudiante los lunes y los viernes: ese precio y los shows que se montaban con el "karaoke integrado" evitaban que migráramos a otros lugares.

Respecto a la familia Bischofs, los papeles se redefinieron ligeramente. Mamá-Cristina seguía preparándonos exquisitas delicatessen a cambio de poder descansar después de cenar. Por ejemplo, unas berenjenas rellenas sin berenjena, puesto que Jaume había tirado la parte de fuera al verlas mezcladas con el resto de "deshechos". Sara se convirtió en nuestra mascota, pues nos hacía compañía incondicionalmente, aún teniendo mil trabajos que hacer para su universidad. Salva y Rachel se convirtieron en los amantes de la familia (¿Incesto?). Papá-Jordi en ocasiones intentaba abandonar la familia (Fabriccio, Fabriccio...), yendo a barbacoas y demás eventos con los Erasmus de otros años que todavía quedaban por Hannover, en vez de ir con los de nuestro año. De todas formas, nunca hubo divorcio. César y yo éramos niños bien enseñados y seguíamos las pautas de todo buen Erasmus, acudiendo a todos los eventos, los divertidos y los no tan divertidos. La residencia en sí, cada día era más encantadora:

(foto by César)

1 comentario:

  1. Mierda tío, me está entrando una morriña de bischoffsoler al leer esto que es una putada. Coño quiero volver a empezar con vosotros! No cambiaría nada. ¿No se puede volver? Jo...voy a llorar, en serio.

    ResponderEliminar