Para la lluvia, un paraguas; para los frikis, una espada láser; para el calor, un bañador... Y para un grupo inconexo de Erasmus... ¡Una fiesta! O dos, o tres, o cuatro, o 200.
Na ja, tras una primera impresión tan "positiva", resultó que los Erasmusdeoctubre no eran monstruos de otro planeta: se podía incluso hablar con ellos. Hubo ayudas: el Dublin Inn y sus cervezas luneras biéuricas (cervezas de los lunes a dos euros con veinte), las fiestas en Silo Pinte (lo que por aquél entonces era "el sitio de las fiestas"), las visitas a disco-bares desconocidos por detrás de la estación central, un viaje precipitado a Amsterdam al que por suerte no me apunté... Todos estos y demás lubricantes sociales ayudaron a conseguir lo que la reunión de Ducatelli no había podido lograr ni de lejos, por mucho que uno de sus objetivos, según palabras del mail que la anunciaba, fuera el de conocer a los nuevos Erasmus "and socialize with them". Sí, ya.
Había una chica con ojos achinados que te miraba como perdonándote la vida: Saray. En una fiesta de Silo descubriría que se daba cuenta de eso y que no le importaba, era consciente que "al principio le caía mal a todo el mundo". Habían dos chicos con el pelo rizado que se hacían pasar por hermanos para ver la reacción de la gente: Luis y Jesús. En un encuentro casual les di mi móvil para ir a buscar proyectos juntos (estudiaban lo mismo que yo, buscaban proyectos como yo). Al principio me ignoraron vilmente, días más tarde el efecto Mensa solventaría el contratiempo. Había dos eslovacas que siempre iban juntas, una de ellas miraba al personal con aires de superioridad: Paula y Sasa. Las cervezas del Dublin Inn les harían hablar con todo el mundo y aparcar las miradas en zona azul. No les saldría caro: durante esos días, cada día era domingo.
Una de las primeras noches, Rocío la almeriense me puso al día de la situación: llevaban 1 semana seguida de fiesta intensiva, apenas habían dormido, y aún así seguían con energías para comerse el mundo. Nosotros por aquél entonces ya nos habíamos relajado y sólo salíamos "a muerte" los lunes, miércoles, viernes y sábados... Así que no podíamos ponernos a su altura, deberíamos esperar un poquito aún. También conocería en esos primeros días a Amparo, a Diego, a Palma, Carole...
Conoceríamos también nuevas formas de vida basadas en el "Erasmus perpetuo" (a algunos nos gustó ese concepto...). Trabajaban y estudiaban en Hannover desde hacía años, y curso tras curso se apuntaban a los "Erasmus team" que se iban sucediendo. El primero de ellos fue Mario, lo habíamos conocido en septiembre durante nuestra pesadilla busca-piso, pero no fue hasta octubre que empezó a venir con el resto de los Erasmus. La siguiente fue Mariella, que también se apuntó al bombardeo Erasmus: tras robarnos a Jordi algunos días en septiembre para llevárselo a fiestas con los Erasmus del año anterior, decidió finalmente tomar parte en este suicidio neuronal, decidió convertirse en una Erasmus más. Sus inseparables compañeras, Ana y Librada, seguirían sus pasos. La familia crecía a pasos agigantados.
Definitivamente, los españoles (e hispanohablantes en general) y los polacos (que no los catalanes, de momento era yo solo) eran una plaga en la nueva hornada Erasmus. La mayor parte de los nuevos polacos se juntarían entre ellos; los españoles lo intentarían, pero hasta 4 meses más tarde no lo conseguirían: personajes como Timo (el finlandés hijo de Santa Claus) o Michal (el polaco más dicharachero, el rey de la pista de baile, Kent Party), ayudarían a que la nueva "manada" española se encariñase con los antiguos Erasmus. Miguel el asturiano fue el único que se relacionó con los antiguos Erasmus desde el primer hasta el último día. Los franceses serían los únicos que no se relacionarían con seres de habla no francesa, ni el primer ni el último día. Bien, en realidad había "tres" excepciones: de ahí viene el término francés "tres" bien.
domingo, 3 de febrero de 2008
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