Como comenté, a partir de este momento no puedo especificar días concretos porque los recuerdos quedan diluídos (evidentemente, no especificaré el medio en que quedan diluídos). Sólo sé que volvimos unos cuantos días al bar de los vinilos colgados del techo, y que nuevamente se sacaron fotos curiosas, como ésta de la cámara de Salva:
martes, 31 de julio de 2007
Jaumalfombra con Tekila
Generalmente, quien tiene un amigo tiene un tesoro. Pero si se está de Erasmus, quien tiene un amigo tiene una alfombra. Porque a veces pasa que te encuentras a tu exvecino vietnamita en la parada del tren y te invita a visitarlo esa misma tarde para regalarte una alfombra que ya no va a usar, pues se ha comprado una nueva. Y por suerte tienes a un César de Madrid al lado que te acaba traduciendo lo que te han dicho, ante tu cara de estupor e impotencia idiomática, típica de la primera semana.
Como comenté, a partir de este momento no puedo especificar días concretos porque los recuerdos quedan diluídos (evidentemente, no especificaré el medio en que quedan diluídos). Sólo sé que volvimos unos cuantos días al bar de los vinilos colgados del techo, y que nuevamente se sacaron fotos curiosas, como ésta de la cámara de Salva:
Ese fin de semana fuimos a un sitio que se llamaba Osho. Se llamaba así porque por osho euros te podías pedir unas cuantas cervezas y porque el concepto alemán de "entrada con consumición" significaba que al día siguiente a las osho te invitaban a un café. Sé que en el fondo echáis de menos mis gracietas absurdas, por la misma razón que yo echo de menos jugarme la vida cada vez que cojo la bici para desplazarme por las españas. Sí, nuestra cara al ver "Te invitamos a un café" escrito en la entrada del disco-bar era un poco de fábula. A continuación, una de las fotos que hizo Salva en el susodicho antro: efectivamente, ya éramos como de la familia.
Por culpa del "síndrome del primer bar", un principio cuya veracidad quedaría demostrada meses después por los nuevos Erasmus de abril y sus reticencias para ir a Zaza, no volveríamos a pisar ese sitio en todo nuestro tiempo en Hannover. Una lástima.
Como comenté, a partir de este momento no puedo especificar días concretos porque los recuerdos quedan diluídos (evidentemente, no especificaré el medio en que quedan diluídos). Sólo sé que volvimos unos cuantos días al bar de los vinilos colgados del techo, y que nuevamente se sacaron fotos curiosas, como ésta de la cámara de Salva:
martes, 10 de julio de 2007
Gran Erasmus
Paradójicamente, el primer miércoles del Erasmus no salimos hasta tarde, creo que fuimos yo y César (los desertores del final de la noche anterior) a tomar algo con el resto de desertores, y prontito para casa. No conocíamos Zaza, no conocíamos Phönix (a la mayoría ya os he hablado de esos sitios, pero volveré a contar detalles cuando llegue el momento). Pobrecitos. Así que el jueves fue el primer día de asistencia masiva a las clases. Tengo que remarcar que desde que empezó oficialmente el Erasmus todos los días había hecho sol. Sol de verano, sol de pasar calor en manga corta. Algo temporal, suponíamos todos. Pronto llegarían los vientos polares, las lluvias día sí día también, las blancas nieves y la señorita Rottermeier. O eso suponíamos.
El Mensa era ya nuestro pan de cada día. Las clases de alemán empezaban a complicarse por momentos: nos anunciaron el primer examen para la semana siguiente. Eso era un intensivo y lo demás tonterías. Ahora ya teníamos a papá Jordi que nos acompañaba en coche a los sitios, a mamá Cristina que nos preparaba ricos manjares (véase foto adjunta), al tito Salva y tito César que nos proponían actividades, a la tata Sara que nos ponía a raya para que no nos durmiéramos, a la tía Rachel que nos obligaba a hablar alemán, al Jaume que contaba chistes malos... A continuación, foto familiar (faltan Rachel y Salva, que hizo la foto).

Era el principio del Gran Erasmus, oh qué bonito qué precioso (ehem). Tantas horas juntos nos daban para criticar a los vecinos, para conseguir que la máquina de las lavadoras no se tragara 50 cents por la cara, para hablar sobre los curiosos wáteres con posa-Scheisse incorporado (no tengo fotos, por suerte), para escuchar curiosas leyendas sobre peluquería acuática-casera-oriental, para abrirnos una cuenta en Deutsche Bank, para comprarnos una tarjeta de móvil O2, para "anmeldarnos" en Hannover (registrarse como residente, tal como se nos recomendó), para salir día sí y día también, para descubrir nuevos formatos maquiniles tabaquiles...
...y, lo más importante, para descubrir que Alemania era un país tropical, dijeran lo que dijeran.
El Mensa era ya nuestro pan de cada día. Las clases de alemán empezaban a complicarse por momentos: nos anunciaron el primer examen para la semana siguiente. Eso era un intensivo y lo demás tonterías. Ahora ya teníamos a papá Jordi que nos acompañaba en coche a los sitios, a mamá Cristina que nos preparaba ricos manjares (véase foto adjunta), al tito Salva y tito César que nos proponían actividades, a la tata Sara que nos ponía a raya para que no nos durmiéramos, a la tía Rachel que nos obligaba a hablar alemán, al Jaume que contaba chistes malos... A continuación, foto familiar (faltan Rachel y Salva, que hizo la foto).
Era el principio del Gran Erasmus, oh qué bonito qué precioso (ehem). Tantas horas juntos nos daban para criticar a los vecinos, para conseguir que la máquina de las lavadoras no se tragara 50 cents por la cara, para hablar sobre los curiosos wáteres con posa-Scheisse incorporado (no tengo fotos, por suerte), para escuchar curiosas leyendas sobre peluquería acuática-casera-oriental, para abrirnos una cuenta en Deutsche Bank, para comprarnos una tarjeta de móvil O2, para "anmeldarnos" en Hannover (registrarse como residente, tal como se nos recomendó), para salir día sí y día también, para descubrir nuevos formatos maquiniles tabaquiles...
...y, lo más importante, para descubrir que Alemania era un país tropical, dijeran lo que dijeran.
Etiquetas:
Crónica de mi Erasmus,
Impresiones y opiniones
miércoles, 4 de julio de 2007
Darta-Rachel y los seis Erasmosqueteros
Tercer día: las primeras bajas en combate fueron notificadas a la corte del Ray (pronúnciese "rey", es el nombre del londinés-asiático). La clase de alemán se redujo aproximadamente a la mitad de gente. Los que nos habíamos retirado a tiempo el día anterior, no sin esfuerzo ni valor (y unas cuantas neuronas menos), conseguimos ir a visitar a nuestra querida Perrine. Hubieron bajas por imposibilidad, por negligencia, por fallos técnicos... Pero los que nos quedamos pudimos degustar los manjares de la cafetería de la planta 14, por tercer día consecutivo.
El Mensa pondría toda la información sobre la Mesa: la fiesta había acabado con violaciones, asesinatos, drogadicciones y suicidios colectivos. Me había escapado de una buena. Por suerte, la bendita comida de Mensa se ocuparía de las resurrecciones, desintoxicaciones y tratamientos psicológicos oportunos. Ahora nos llevábamos más con Rachel y los polaquitos que con los demás Erasmus, Alice y John se habían ido un poco por su lado. Así, el spanish team con la inglesa Rachel a la cabeza se dirigió al centro de operaciones Bischosholer Damm.
Quién lo iba a decir, 4 españoles y una inglesa, y todos hablando en inglés o alemán entre nosotros. Jordi aprovechó el factor coche para proponer un viaje a algún hipermercado cercano. Nosotros aprovechamos el factor coche de Jordi para irnos con él. El azar aprovechó el factor coche de Jordi unido al factor hipermercado para hacernos caer en alguna que otra novatada más, como por ejemplo el comprar azúcar pulverizado o agua con gas creyendo que comprábamos azúcar "a secas" y agua "a secas" (perdónese la absurdidad de la expresión "agua a secas").
Ya teníamos comida. Mucha comida. Decidimos ponerla toda repartida entre mi armario y el de Sara (éramos los únicos que vivíamos en la misma planta: teníamos dos armarios donde guardar cosas, ¡Qué lujo!). Además, yo tenía ya cosas para la cocina y 3 platos con los que intentaríamos apañarnos. Ya no seríamos dos sino... ¡Cinco! ¿Cinco? ¡No! (uff cómo agotan los signos de apertura "¡" y "¿"...). Pues eso, no!! Esa noche llegaban dos nuevos inquilinos, que serían aceptados en nuestro nuevo gueto desde el primer minuto. Don Salva y Doña Cristina. Como me ha dado por poner las primeras impresiones de todos, esta vez no será menos. Salva se puso a hablarnos como si nos conociera de toda la vida, no parecía afectarle el factor "no os he visto jamás". Cristina sí parecía cortarse un poco, pero lo demostraba en forma de risa compulsiva, así que en realidad no se le notaba tanto. En cualquier caso, al cabo de una hora de estar con ellos éramos ya como de la familia.
No podía creer que 3 días antes fuera todo tan monótono, no podía creer que una semana antes estuviera en Barcelona sin tan siquiera haber empezado la maleta (sí, la hice el día antes, como el que se va un par de días a Londres). Parecía llevar meses en Alemania. Pero ahora ya estábamos todos: desde ese momento y hasta final de nuestra estancia en Bischos seríamos la familia Erasmus: el papá (indeterminado), la mamá (Cristina) y los 5 hijitos. O para los forofos del tema, el Gran Erasmus acababa de empezar sus emisiones. Éramos siete. Sólo podía quedar uno...
El Mensa pondría toda la información sobre la Mesa: la fiesta había acabado con violaciones, asesinatos, drogadicciones y suicidios colectivos. Me había escapado de una buena. Por suerte, la bendita comida de Mensa se ocuparía de las resurrecciones, desintoxicaciones y tratamientos psicológicos oportunos. Ahora nos llevábamos más con Rachel y los polaquitos que con los demás Erasmus, Alice y John se habían ido un poco por su lado. Así, el spanish team con la inglesa Rachel a la cabeza se dirigió al centro de operaciones Bischosholer Damm.
Quién lo iba a decir, 4 españoles y una inglesa, y todos hablando en inglés o alemán entre nosotros. Jordi aprovechó el factor coche para proponer un viaje a algún hipermercado cercano. Nosotros aprovechamos el factor coche de Jordi para irnos con él. El azar aprovechó el factor coche de Jordi unido al factor hipermercado para hacernos caer en alguna que otra novatada más, como por ejemplo el comprar azúcar pulverizado o agua con gas creyendo que comprábamos azúcar "a secas" y agua "a secas" (perdónese la absurdidad de la expresión "agua a secas").
Ya teníamos comida. Mucha comida. Decidimos ponerla toda repartida entre mi armario y el de Sara (éramos los únicos que vivíamos en la misma planta: teníamos dos armarios donde guardar cosas, ¡Qué lujo!). Además, yo tenía ya cosas para la cocina y 3 platos con los que intentaríamos apañarnos. Ya no seríamos dos sino... ¡Cinco! ¿Cinco? ¡No! (uff cómo agotan los signos de apertura "¡" y "¿"...). Pues eso, no!! Esa noche llegaban dos nuevos inquilinos, que serían aceptados en nuestro nuevo gueto desde el primer minuto. Don Salva y Doña Cristina. Como me ha dado por poner las primeras impresiones de todos, esta vez no será menos. Salva se puso a hablarnos como si nos conociera de toda la vida, no parecía afectarle el factor "no os he visto jamás". Cristina sí parecía cortarse un poco, pero lo demostraba en forma de risa compulsiva, así que en realidad no se le notaba tanto. En cualquier caso, al cabo de una hora de estar con ellos éramos ya como de la familia.
No podía creer que 3 días antes fuera todo tan monótono, no podía creer que una semana antes estuviera en Barcelona sin tan siquiera haber empezado la maleta (sí, la hice el día antes, como el que se va un par de días a Londres). Parecía llevar meses en Alemania. Pero ahora ya estábamos todos: desde ese momento y hasta final de nuestra estancia en Bischos seríamos la familia Erasmus: el papá (indeterminado), la mamá (Cristina) y los 5 hijitos. O para los forofos del tema, el Gran Erasmus acababa de empezar sus emisiones. Éramos siete. Sólo podía quedar uno...
martes, 3 de julio de 2007
Jaumultikulturell
Sartén estrenada. Parece mentira que en esos días me hubiera alimentado de bocadillos y picoteo por los sitios. Pero con una nueva vecina (sí, antes tenía vecinos, pero cenaban a las 5,30 de la tarde) ya no dolía tanto ensuciar la sartén. ¡Tortilla! Prisas... ¡Bocadillo de tortilla! Y a comérselo por el camino. Mi gozo en un pozo, otro día más a base de bocadillo. Igualmente llegamos tarde, iniciando ya el segundo día la leyenda de los españoles y su extrema puntualidad.
Pero no fue para tanto, a las nueve estábamos ya en un bar, del que no escribiré el nombre principalmente porque no me acuerdo. Pero que no cunda el pánico, pues de ese día data la primera foto que tengo, gentileza del recién llegado Jordi.
De izquierda a derecha: Kasia, Radek, Fred, John (suizo), Alice, César, Sara, Szymon, Michal, Alexis, Timo y un servidor. Y como invitadas de honor, las Franziskaner Weissbier (cerveza de trigo, se acabaron los Kellogg's). El dueño del local no parecía estar acostumbrado a recibir tanto consumista de golpe. Nos perdonó la invasión, el desplazamiento compulsivo de mesas, el uso indiscriminado de posavasos como fichas multilingües: te amo, je t'ame, t'estimo, t'estime, i love you, ich liebe dich, ci kochać,... Es más, ese día nació un nuevo término estándar del Erasmus: Rakastella, o lo que en finlandés equivale a "to fuck". A partir de ese momento todas las gracietas irían acompañadas de rakastella por aquí, rakastella por allá. También nació el brindis oficial del erasmus, el "Kippis" (finlandés también). Otras expresiones como el "kurrrba" polaco estaban aún incubándose en nuestros cerebritos: poco tardarían en ser asimiladas. Ese día creo recordar (si no, al día siguiente) que hubo fiesta en casa del polaco salido y el brasileño surfero. Yo me uní al grupo de los desertores, en vista de un panorama tan prometedor.
Si consigo acordarme de pedírselas a Alexis, adjuntaré las fotos de los posavasos políglotas. No tienen desperdicio.
¡Fotos conseguidas! Sólo visibles para los que lean el blog por primera vez o los [locos] que lo relean. Ahí va:
Pero no fue para tanto, a las nueve estábamos ya en un bar, del que no escribiré el nombre principalmente porque no me acuerdo. Pero que no cunda el pánico, pues de ese día data la primera foto que tengo, gentileza del recién llegado Jordi.
Si consigo acordarme de pedírselas a Alexis, adjuntaré las fotos de los posavasos políglotas. No tienen desperdicio.
¡Fotos conseguidas! Sólo visibles para los que lean el blog por primera vez o los [locos] que lo relean. Ahí va:

lunes, 2 de julio de 2007
Jaumadrugón...
Con tanto canto y tanta cerveza las neuronas se utilizaron más de lo normal. Los polaquitos y alguien más (lagunas mentales...) se fueron andando a su Callin y el equipo "Bischos" volvimos a nuestro amado nuevo hogar alemán. Para muchos era su primera noche en Alemania. Para mí sería mi primera resaca alemana.
Ocho de la mañana. No todo lo que brilla es oro. Y mucho menos la pantalla del móvil cuando éste se puso a sonar. Mi cabeza había aumentado su densidad, pesaba 3 veces más. ¡Qué pereza! A clase, se ha dicho. Creo que habíamos quedado unos cuantos para ir a clase juntitos, oh, qué bonito.
Hubo movimientos de grupo avanzado-grupo básico de alemán, se ve que el avanzado era demasiado avanzado, y el básico demasiado básico. Nuestra profesora Perrine ya se situó el segundo día en su correspondiente posición de mito erótico de media clase. Por desgracia no nos daría clase todos los días. Pasaron lista: había un Jordi entre nosotros. Un nombre no muy inglés, no muy francés, no muy irlandés. El alicantino más dicharachero había aparecido. Hacía teleco, venía también a hacer el proyecto, y no había podido llegar el primer día porque su ruta Alicante-Hannover en coche había durado un poco más de lo esperado.
Mensa. Esta vez sí. Pudimos saber al fin qué se siente comiendo un bol de ensalada por 40 céntimos, un plato de carne o pescado por 1,30 euros, un bol de arroz o pasta por 40 céntimos. Todos habíamos comido en sitios baratos, pero esto nos superaba. Eso sí, los primeros días no conocíamos las normas del buen alemán (un par de bolsas de plástico, como ya dije, y una botella llena de agua en la mochila), así que... ¡Tuvimos que pagar la bebida! La botella de agua costaba 50 céntimos, ¡Qué escándalo! Tomamos asiento y nos comimos esos deliciosos manjares, dejando el misterio de los precios para otro momento. Aprendí que "coñ" en polaco significa caballo, y otras muchas cosas útiles. Éramos más que el día anterior. No hubo café.
Evidentemente, la noche estaba ya planificada. Um acht Uhr im Kröpcke.
Ocho de la mañana. No todo lo que brilla es oro. Y mucho menos la pantalla del móvil cuando éste se puso a sonar. Mi cabeza había aumentado su densidad, pesaba 3 veces más. ¡Qué pereza! A clase, se ha dicho. Creo que habíamos quedado unos cuantos para ir a clase juntitos, oh, qué bonito.
Hubo movimientos de grupo avanzado-grupo básico de alemán, se ve que el avanzado era demasiado avanzado, y el básico demasiado básico. Nuestra profesora Perrine ya se situó el segundo día en su correspondiente posición de mito erótico de media clase. Por desgracia no nos daría clase todos los días. Pasaron lista: había un Jordi entre nosotros. Un nombre no muy inglés, no muy francés, no muy irlandés. El alicantino más dicharachero había aparecido. Hacía teleco, venía también a hacer el proyecto, y no había podido llegar el primer día porque su ruta Alicante-Hannover en coche había durado un poco más de lo esperado.
Mensa. Esta vez sí. Pudimos saber al fin qué se siente comiendo un bol de ensalada por 40 céntimos, un plato de carne o pescado por 1,30 euros, un bol de arroz o pasta por 40 céntimos. Todos habíamos comido en sitios baratos, pero esto nos superaba. Eso sí, los primeros días no conocíamos las normas del buen alemán (un par de bolsas de plástico, como ya dije, y una botella llena de agua en la mochila), así que... ¡Tuvimos que pagar la bebida! La botella de agua costaba 50 céntimos, ¡Qué escándalo! Tomamos asiento y nos comimos esos deliciosos manjares, dejando el misterio de los precios para otro momento. Aprendí que "coñ" en polaco significa caballo, y otras muchas cosas útiles. Éramos más que el día anterior. No hubo café.
Evidentemente, la noche estaba ya planificada. Um acht Uhr im Kröpcke.
domingo, 1 de julio de 2007
Jaumanfang...
El primer día tuvimos suerte: no llegamos a tiempo para alimentarnos en el Mensa propiamente dicho. En su lugar comimos en la cafetería, creyendo que era el Mensa, y aventurándonos incluso a decir "Pues no es tan barato...". Inconscientes... Siempre nos quedará el consuelo de Colón y sus Indias.
Al cúmulo inicial se había añadido Radek y Kasia, los dos polaquitos, y Sara había desaparecido del mapa. Más tarde se unieron otros erasmus, a los que ya no identifico (demasiada gente para aprenderse en un día). Ahí ya se difumina todo, supongo que por agotamiento mental en aquel momento. Lo que está claro es que al despedirnos quedamos para salir esa noche, aunque estuviéramos todos muertos de sueño. Había un bar irlandés que según Radio Makuto tenía precio de estudiante para la cerveza los lunes y viernes. Total, por un día... Además, ¡era el primer día oficial de erasmus! ¡Por qué no ir! Um acht Uhr im Kröpcke Uhr!! (a las 8 en el reloj de Kröpcke). Una frase que quedaría para la posteridad, pues no nos cansaríamos de oírla y repetirla.
Hasta las ocho teníamos tiempo de sobras. Fui a notificar mi mudanza a mis ex-vecinos y los planes de Karaoke a mi nueva vecina (sí, el bar irlandés era un karaoke...). Siesta. Partida de cartas. Tranvía. Puntualidad europea. Baguettes: sería el único día que comeríamos algo en ese bar, pero no el único día que iríamos. Aproximadamente volvería a ir 40 veces más, siempre en lunes.
La cosa seguía como por la mañana, sólo que ahora con cervezas de trigo de medio litro (Weissbier!!). Todos hablando con todos, rondando por el bar: no había "grupitos". Era el Dublin Inn, desde ese día el punto de encuentro de los erasmus, lunes tras lunes. Cerveza, escenario para cantar, gente nueva... Rachel la inglesa que hablaba rapidísimo, Alexis el francés que hacía fotos, John el inglés muy inglés, Fred el francés muy francés, Michal el superpolaco, Szimon el polaco que no parecía polaco, Ray el inglés que todos pensábamos que era de China, Timo el finlandés calmado y divertido, Andreas el polaco salido, el brasileño tiracañas, Margarita la búlgara fotogénica, Adriana la rumana de mirada fija, Ilona la finlandesa muy finlandesa... Menos ir al lavabo y pocas cosas más, a partir de ese momento lo haríamos todo juntos.
Quizás con quien más hablamos fue con Rachel y los polaquitos. Rachel vivía también con nosotros en Bischosholerdamm (fuera del mapa), y los polaquitos vivían en Callinstrasse. Más tarde nos lo contarían: la "Callin" era una de las mejores residencias de Hannover, y hasta el año anterior los Erasmus iban allí de cabeza. Pero a lo largo de los dos años anteriores algunos erasmus españoles habían involucionado lo suficiente como para llenar una lavadora de botellas de cerveza hasta reventarla, lanzar sillas balcón abajo, lanzar bicis balcón arriba, y pasar el rato de otras muchas originales maneras. Supuestamente las gamberradas eran cada vez más gordas, incluso las que hacían los no-españoles para luego acusarlos a ellos (de perdidos, al río). La pelota se hizo tan grande que al final explotó. En España habrían buscado a los responsables y les habrían hecho comprar otra lavadora, o habrían subido los precios de la residencia para que todos pagaran los estropicios de unos pocos. Pero estamos en Alemania, y como buenos alemanes quisieron cortar el problema de raíz. ¡¡No más españoles en la Callin!! Cogieron el mapa de Europa, lo partieron por la mitad, y recolocaron a los erasmus del año siguiente (nuestro año). Los del Este a la Callin, los demás fuera del mapa. Y así fue: ningún español volvió a pisar Callinstrasse, por los tiempos de los tiempos.
¿Seguro? ¿Ninguno más? Quedan aún muchos posts para saber la verdad...
Al cúmulo inicial se había añadido Radek y Kasia, los dos polaquitos, y Sara había desaparecido del mapa. Más tarde se unieron otros erasmus, a los que ya no identifico (demasiada gente para aprenderse en un día). Ahí ya se difumina todo, supongo que por agotamiento mental en aquel momento. Lo que está claro es que al despedirnos quedamos para salir esa noche, aunque estuviéramos todos muertos de sueño. Había un bar irlandés que según Radio Makuto tenía precio de estudiante para la cerveza los lunes y viernes. Total, por un día... Además, ¡era el primer día oficial de erasmus! ¡Por qué no ir! Um acht Uhr im Kröpcke Uhr!! (a las 8 en el reloj de Kröpcke). Una frase que quedaría para la posteridad, pues no nos cansaríamos de oírla y repetirla.
Hasta las ocho teníamos tiempo de sobras. Fui a notificar mi mudanza a mis ex-vecinos y los planes de Karaoke a mi nueva vecina (sí, el bar irlandés era un karaoke...). Siesta. Partida de cartas. Tranvía. Puntualidad europea. Baguettes: sería el único día que comeríamos algo en ese bar, pero no el único día que iríamos. Aproximadamente volvería a ir 40 veces más, siempre en lunes.
La cosa seguía como por la mañana, sólo que ahora con cervezas de trigo de medio litro (Weissbier!!). Todos hablando con todos, rondando por el bar: no había "grupitos". Era el Dublin Inn, desde ese día el punto de encuentro de los erasmus, lunes tras lunes. Cerveza, escenario para cantar, gente nueva... Rachel la inglesa que hablaba rapidísimo, Alexis el francés que hacía fotos, John el inglés muy inglés, Fred el francés muy francés, Michal el superpolaco, Szimon el polaco que no parecía polaco, Ray el inglés que todos pensábamos que era de China, Timo el finlandés calmado y divertido, Andreas el polaco salido, el brasileño tiracañas, Margarita la búlgara fotogénica, Adriana la rumana de mirada fija, Ilona la finlandesa muy finlandesa... Menos ir al lavabo y pocas cosas más, a partir de ese momento lo haríamos todo juntos.
Quizás con quien más hablamos fue con Rachel y los polaquitos. Rachel vivía también con nosotros en Bischosholerdamm (fuera del mapa), y los polaquitos vivían en Callinstrasse. Más tarde nos lo contarían: la "Callin" era una de las mejores residencias de Hannover, y hasta el año anterior los Erasmus iban allí de cabeza. Pero a lo largo de los dos años anteriores algunos erasmus españoles habían involucionado lo suficiente como para llenar una lavadora de botellas de cerveza hasta reventarla, lanzar sillas balcón abajo, lanzar bicis balcón arriba, y pasar el rato de otras muchas originales maneras. Supuestamente las gamberradas eran cada vez más gordas, incluso las que hacían los no-españoles para luego acusarlos a ellos (de perdidos, al río). La pelota se hizo tan grande que al final explotó. En España habrían buscado a los responsables y les habrían hecho comprar otra lavadora, o habrían subido los precios de la residencia para que todos pagaran los estropicios de unos pocos. Pero estamos en Alemania, y como buenos alemanes quisieron cortar el problema de raíz. ¡¡No más españoles en la Callin!! Cogieron el mapa de Europa, lo partieron por la mitad, y recolocaron a los erasmus del año siguiente (nuestro año). Los del Este a la Callin, los demás fuera del mapa. Y así fue: ningún español volvió a pisar Callinstrasse, por los tiempos de los tiempos.
¿Seguro? ¿Ninguno más? Quedan aún muchos posts para saber la verdad...
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