Aquí ya no sitúo tan bien los recuerdos. Así que los expondré en modo ensalada erasmus (ensalada de lo que vas encontrando por la nevera).
Despertar, luz, sol, bienestar. ¿Desayunar? ¡Ni pensar!
Sí, realmente me había quedado alelado con esto del cambio de escenario, no tenía ni una galletita. Hoy sí, hoy a comprar. Ascensor, tranvía. Mis compañeros de planta, en la parada del tren. Vamos a comprar cosas para la cocina, ¿nos acompañas? Natürlich, vámunus vámunus. Con comprarme una ollita, un plato, un vaso y un tenedor yo creo que tenía bastante, de momento. El sitio se llamaba Poco, era un poco como el IKEA. Las cosas costaban muy poco, y mi kit inicial se convirtió en un megasurtido de bienes domésticos, fruto del teorema de Poyakis ("poyakistoyakí.."). Al final iba más cargado que los individuos a los que en principio sólo venía a acompañar. Cobran las bolsas, qué animalada, si pago 15 céntimos por bolsa me voy a arruinar. Yo y mi mochila nos apañaremos. ¿De verdad? ¡Novatooo! Nunca vayas por Alemania sin un par de bolsas bien a mano.
Ya tenía hasta perchas para la ropa. El par de platos había cundido, ya tenía el pisito montado. Ahí no recuerdo exactamente el orden de las cosas. Sé que fui al mercadillo de Christuskirche con los dos vecinillos, pero no sé si ese mismo sábado por la tarde o el domingo. Llegamos cuando estaban cerrando, pero nos llevamos gratis una caja de kiwis en mal estado, de los que salvamos más o menos la mitad. Así que pudimos desayunar y merendar kiwis. ¡¡Kiwenos que estabaaaan!!
Sábado por la noche, a dormir a las 22 h... Era el mundo al revés. Al día siguiente me levanté relativamente pronto. De hecho, estaba en mi último día de vacaciones, tenía que aprovecharlo. Me volví a ir al centro. Habían conciertos, paradas, Bratwursts, alemanes saltando sobre globos gigantes, etcétera. El detalle de los alemanes sobre globos ayudó a quitarme esa imagen de seriedad y rigor que tenía de ellos, y que ni siquiera las sandalias con calcetines blancos habían conseguido cambiar.
Volví a perderme por la ciudad, y esta vez volví directamente en metro (ahí sí que no recuerdo por dónde pasé). Me encontré a la parejita asiática jugando a fútbol, mi deporte favorito (risas del público). Pero aun así me apunté, total, por muy mal que jugara no me importaba hacer el ridículo, no conocía a nadie, nadie me conocía. Estaba llevando una vida muy tranquila, muy de espectador, muy pausada. Sabía que al día siguiente seguramente conocería gente nueva, el resto de los Erasmus tenían que llegar como máximo ese lunes. Pero podéis estar seguros de algo: de ninguna manera podía imaginar hasta qué punto iba a cambiar todo en 24 horas.
Ah, cenamos kiwis.
domingo, 24 de junio de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario