...o una explicación detallada de lo que te puede pasar si vas de Erasmus a Hannover.
sábado, 10 de noviembre de 2007
Puntualidad alemana
Pero voy a dejar de irme por las ramas y voy a ir al grano. Vale, ya está. Desinfectadito y todo (sin comentarios). Ahora sí, iré al tema. Y es que el otro día quedé para tomar unas cervecitas (el -itas es un recurso estilístico poco acorde a la realidad, pero al fin y al cabo cumple su función) con mi vecino hamburgués. Estáis en lo cierto: si llega a ser una chica, habría ido a tomar cervezas con una hamburguesa. La hora, la oficial: las "veinte". El lugar, la puerta principal del edificio. El espíritu: "he quedado enfrente de casa", con bajar justo a la hora hay suficiente. El resultado: a las ocho menos dos minutos me sonó el timbre. ¿Cómo pudo haberme ocurrido? ¡Ya pasaba de las ocho menos dos y no estaba abajo! En cerrar la puerta tardaría 10 segundos, en bajar las escaleras tardaría un minuto, no podía entretenerme, ¡Iba a llegar tarde! ¿Los ingleses son los puntuales? No. Los ingleses son siempre impuntuales, nunca llegan cuando toca: siempre llegan antes de la hora. Los puntuales son los alemanes. Y los checos, y los finlandeses, y en general todos los europeos excepto España, Italia, Portugal y Grecia. Fácil: venimos de países "menos civilizados y desarrollados", bla bla bla (la historieta de siempre). Pues no (he dicho). La única explicación es el clima.
En Barcelona quedas con alguien a las 9. Si a las nueve y cinco aparece, todos contentos. Si aparece a y diez, te preguntan "¿Llevas mucho esperando?" y respondes "Cinco minutillos, no pasa nada". Si aparece a y cuarto, instas a la otra persona a intentar no repetir tan incómoda espera. Más allá de y cuarto, empiezas a plantearte abandonar el lugar o regalas unos centimillos a las operadoras de telefonía móvil, contribuyendo así al desarrollo de las telecomunicaciones (ya, bueno...). De todas formas, alguna vez esperas hasta veinte minutos sin perder los nervios: miras a la gente de la calle, te das un Voltio, haces un "Fumando espero" (Zamacois, sí), te lees la revista/libro/periódico de turno, o simplemente te quedas un rato pensando. Total, ya va bien tomar el aire y tampoco hace tanto frío, como máximo algún día. Hay quien no tolera estas esperas, pero hablamos en general. El pan de cada día.
Salto. San Sebastián de La Gomera. Entre 15 y 25 grados todo el año, salvando excepciones. Quedas a las nueve, pero sabes que nunca debes salir de casa antes de las nueve: hasta las nueve y media no vas a encontrar a nadie. Caben dos posibilidades: 1) En Canarias no es una hora menos sino una hora y media; 2) tengo yo razón, y la puntualidad es inversamente proporcional a la latitud. Esperando se está bien, y teniendo toda la calma del mundo porque el clima acompaña, también. Allá donde fueres... Tal. No hace falta ni acabar el refrán, porque a buen entendedor... Tal. Sin estrés.
Otra vez, saltemos. Un día cualquiera del pasado mes. Este año Hannover no es tierra tropical, como pasó el anterior. Treffpunkt: reloj de Kröpcke (el centro de la ciudad, vamos). Cinco minutos. Diez minutos. Veinte. Treinta. Lluvia. Cuarenta. Frío. ¡Tres cuartos de hora! Viento. Frío. Lluvia. Maldiciones varias. Manos en los bolsillos, guantes en casa. Frío. Gente esperando a otra gente: 5 minutos máximo. Resfriado al canto. Bonito, precioso. ¿Cómo no van a ser puntuales los alemanes, si es físicamente imposible ser impuntual más de dos veces sin romper una amistad o acabar con la salud de tus "Kollegen"? De ninguna manera, no son puntuales por ser más civilizados (no discutiremos en este momento si lo son o no, simplemente asumiremos el tópico y diremos que sí), sino por necesidad.
Y ahora os dejo, que me he entretenido escribiendo y llego tarde a una cena.
jueves, 18 de octubre de 2007
El espíritu Erasmus
Aquí va un link a un artículo de El País con el que seguro que los co-erasmus os sentís bastante identificados:
El espíritu Erasmus
Sí, debería ser obligatorio.
jueves, 27 de septiembre de 2007
Sommer Semester
domingo, 16 de septiembre de 2007
Brelín: fin del principio
Bueno va, sigamos con la historieta. Era el final finalísimo de septiembre. Ya tenía las llaves de la casita más bonita del mundo. Después de tanto estrés, el tiempo se había detenido de repente. Como dice el dicho, después de la tormenta, viene el Jaume. Y así fue: de la noche a la mañana el tiempo se expandió. Podía usar mi hora diaria de Internet en la biblioteca para mandar e-mails absurdos, contar lo bien que me iba todo por Alemania, y demás cosas útiles. Los papeleos del Erasmus estaban prácticamente acabados. La tarjeta del banco ya había llegado a nuestros buzones, nuestro móvil alemán era muy útil y hacía llamadas muy baratas, los miembros de la “familia Bischofs” nos llevábamos cada vez mejor (¿por suerte o por necesidad?). Definitivamente podíamos estar como en casa. Tanto es así que, aunque casi todos teníamos ya las llaves, nos quedaríamos hasta el último día en la residencia que tanto habíamos criticado: echaríamos mucho de menos esos días, y lo sabíamos. Incluso Cristina, fanática de la limpieza y defensora a ultranza de las bayetas y las fregonas, decidió finalmente pasar sus últimos días de Septiembre con nosotros y con las arañas de la Bischofs. Viajes al IKEA, más cervezas, South Park en alemán, estudiar para los exámenes finales del curso intensivo… Vuelvo al presente: acaba de pasar una señora a unos
A lo que iba, que se acababa septiembre, que se acababa la Bischofs… ¿Qué mejor manera de acabar una “etapa” que haciendo un viaje todos (o casi todos) juntos? ¿Y a dónde va a ir un grupo de extranjeros en Alemania, si no es a Berlín? Pues allí que nos fuimos, alquilando un coche entre cinco (Cristina y Jordi tenían ya sus planes alternativos) y empezando a hacer kilómetros. Acabamos las clases, devolvimos las llaves, nos repartimos las cosas de la cocina que Cristina ya no necesitaba en su supercasa (ahí nació el concepto de Herencia Erasmus, que un servidor considera muy interesante), y nos fuimos a Berlín: Salva, Rachel, Sara, César y yo. El hostal, Meininger Strasse, bueno bonito barato y céntrico (BBBC). La habitación era prácticamente sólo para nosotros. Había un chico en una de las camas. Por la noche, cuando dormía, me puse a hablar sobre él y sobre su origen. No había duda: era australiano, aunque su madre era de San Francisco y su padre Neozelandés (o cualquier otra chorrada por el estilo que se me ocurrió decir en ese momento). Pero no, resulta que era de los USA y entendía el spanish, y posiblemente me hubiera escuchado. Tierra, trágame. Espero que, efectivamente, estuviera dormido. Qué bonito es Berlín.
Hmm… Acaban de pasar otra vez los dos señores calvos, uno de ellos lleva ahora una gorra. Se han sentado en unas mesas en el mismo bar cerrado en el que estoy yo: se me acabó el rato de tranquilidad. Van pasando azafatas sin parar. ¿A dónde deben ir? Ah, ya. Debe haber una fiesta piloto en algún lugar del aeropuerto. Estaba con Berlín: César con su afición a los mapas se convirtió en nuestro guía geográfico, y Rachel con su vitalidad sobrehumana se convirtió en nuestra guía espiritual. Coincidió nuestro viaje con el día de la reunificación alemana.
Después de haber visto, al inicio de mi Erasmus, a cientos de hannoverianos saltar sobre globos al ritmo de una música hortera, esto era lo único que me faltaba por ver. Un grupo de cincuentones cerveceros cantando música tradicional alemana. Era muy interesante. Paseamos, bebimos, comimos. En mi afán de “no dejar nada en el plato” extendido a “en el de los demás tampoco” casi me coge un empacho ese día. Suerte que los jardines de enfrente de la puerta de Brandenburgo están muy cuidados, y nuestras chaquetas eran muy versátiles. Siesta machen.
La isla de los museos, el Muro, la Alexander Platz… Todo muy bonito, pero lo que realmente nos conmovió de la ciudad fue el metro de Alexander Platz: sin palabras. Cada vez que se acercaba un metro sonaba música de trompetas, todo muy célebre. Con esa música era ridículo ver entrar un metro en vez de un millar de gladiadores romanos, pero por lo menos te aseguraba un buen rato de risas compulsivas. Por desgracia, en viajes posteriores a Berlín, comprobamos que las señales sonoras para anunciar la llegada del metro eran como las de cualquier metro del mundo. Supusimos, pues, que esa música la habían puesto sólo esos días por la celebración de la unificación: prefiero no pensar que 5 personas tuvimos alucinaciones al mismo tiempo.
Ahora ya sabéis cuándo tenéis que visitar Berlín: ni Love Parade, ni Berlinale, ni Weihnachtmarkts, a Berlín se va para visitar Alexander Platz en metro el día de la Reunificación. Volvimos en tren, aprovechando que era ya fin de semana y que podíamos coger un “Schönes Wochenende Ticket”, que en castellano vendría a ser “Ticket para un fin de semana superchachi”. Ya me he acostumbrado a oírlo, pero no negaré que en el primer momento me causó un trauma bastante considerable. La cosa es que con 30 euros cogíamos todos los trenes de Alemania las 5 personas, es decir que por 6 euros por persona hicimos todo el trayecto Berlín-Hannover. Ay renfecita renfecita, cuánto te falta por andar...
Por la noche estábamos ya de vuelta en Hannover, de vuelta en casita... Pero algo fallaba... ¿Por qué no volvíamos todos a nuestra querida Bischofsholer Damm 85?
domingo, 9 de septiembre de 2007
Winter Semester
IMPORTANTE: Si has sido Erasmus durante ese semestre, es altamente recomendable un estado anímico favorable antes de darle a Play. No es ninguna broma.
viernes, 24 de agosto de 2007
Wilhelmjaumestraße

Sí, es una playa sin mar en medio de Hannover. Lo dicho, en medio de tanto escándalo me llamó el propietario de la habitación perfecta. Decía que no hablaba bien inglés, así que me tocaba hablar y escuchar alemán con el "espantoso-ruido" que había en esa fiesta. No entendía nada, pedí ayuda urgente a Cristina, que estaba por ahí danzando, y me hizo de intérprete (GRACIAS). La habitación estaba en Wilhelm-Busch-Strasse, la misma calle donde hacía unos días habíamos visitado la residencia de la secta (¡Pero no era la misma!). Me dijo que no era un piso sino una residencia, así que hice asociación de ideas y sumé Wilhelm-Busch + residencia = los de la secta otra vez. Cuán equivocado estabas, Jaume. Le di largas y le dije que lo llamaría en otro momento.
Al día siguiente, en la visita de rigor a la biblioteca para nuestra horita de Internet, volví a mirar detenidamente la oferta de la residencia: ¿Cómo podía haber sido tan imbécil? Había dejado escapar la habitación perfecta en el sitio perfecto al precio perfecto, sólo por creer que eran los de la secta que querían engañarme otra vez. Necesitaba hablar con Cristina urgentemente para que me salvara la vida. No me veía capaz de salvar una situación así con mi alemán de pacotilla. Llamó otra vez al chico para decirle que su amigo estaba MUUUY interesado en la habitación, que se había confundido de residencia y que si le iba bien quedar para verla. Sorprendentemente, después de haberlo mareado durante dos días con el que-sí, que-no, que-sí, dijo que sin problemas, que el siguiente lunes podíamos quedar. El sábado siguiente nos echaban porque se terminaba septiembre, quedaba una semana, y hasta ese lunes no podría estar seguro de si tenía habitación o no.
César nos dio un consuelo, si alguno de los dos (Jordi o yo) se quedaba sin sitio, podía dejarnos la habitación pequeñita de su piso: aunque en teoría pagaba por una habitación, en la práctica tenía dos minihabitaciones. Sara seguía buscando alternativas a su lejana residencia Paperhofstrasse. Rachel, Salva y Cristina firmaban alegremente sus contratos. Y sonreían mucho, aunque lo intentaran disimular ;-).
Finalmente llegó el lunes 25 de septiembre. Salida del curso de alemán. Wilhelm-Busch-Strasse, número 8-10. Un georgiano de gran nariz nos abrió la puerta a mí y a mi nuevo amor Cristina (gracias a ella había podido rectificar a tiempo). No había acudido nadie más, y en 5 días se acabaría septiembre: todo parecía indicar que la habitación sería mía, pero no quería hacerme ilusiones.
Vimos la habitación, vimos la cocina, vimos el entorno... Vaya show: en realidad ya había ido a ver la residencia un par de días antes, colándome por la puerta principal, cual vecino sin llaves, la curiosidad mata. Me encantaba. De repente el chico sacó un papel doblado con unos precios escritos en boli, y me lo dio. No era la lista de la compra, era el "contrato". Me dijo que me daba las llaves en aquél mismo momento, y que fuera a firmar unos papeles con la Hausmeisterin conforme me realquilaba su sitio durante 6 meses... ¡Tenía habitación! En un momento había pasado de no ver el final de la pesadilla buscapiso a tener las llaves de una habitación que no cambiaría por nada. Bueno, sí, la cambiaría meses más tarde por otra mejor en la misma residencia, pero eso aún no lo sabemos.
Finalmente, Sara no encontró otra alternativa y se acabó quedando en otra residencia fuera del mapa. Jordi tampoco encontró nada, así que se fue al piso de César a compartir mini-habitación. Alexis se había quedado colgado, sin casa, así que se quedaría unos días en casa de Ray hasta que encontrara algo. Los demás, unos mejor y otros peor, ya estaban todos colocados (en el buen sentido de la palabra -y en el malo, por las noches-). Alexis también acabaría encontrando un buen piso, no sufráis.
Meses más tarde, en otro curso de alemán, tendríamos un capítulo que hablaría de la búsqueda de piso. No lo voy a negar: había aprendido más alemán en esas dos semanas y media de tour por las casas de Hannover que todo lo que podría aprender en ese capítulo del libro. La letra, con sangre entra. Pero sí hay algo que me gustó de ese tema: el Rap del Wohnungssucher. Lo he buscado en el CD que incluye el libro pero no está, sólo tuvimos el gran honor de escucharlo los que asistimos a clase ese día. Adjunto la letra del estribillo, una joya, donde las haya.
Schon weg! - Dieser Spruch fängt an, mir den Schlaf zu rauben.
Schon weg! - Ich habe keine Lust mehr, diesen Spruch zu hören.
Ich sag's jetzt mit Betonung: Ich will endlich eine Wohnung!
(fuente: Tangram aktuell 2, Lektion 5)
Sin comentarios.
jueves, 23 de agosto de 2007
Glocksee, la abducción
Entre tanto, César y Rachel habían encontrado también piso; el de Rachel era otra maravilla de la naturaleza, aunque no estaba muy cerca. Sara había visto una residencia que estaba bastante lejos, así que seguía buscando alternativas. Jordi y yo seguíamos pendientes de las llamadas, y seguíamos contando con la ayuda de Salva, que aunque tenía ya piso se solidarizó con nosotros para seguir buscando. Al final, decidimos mirar más por nuestra cuenta otra vez: faltaba sólo una semana para acabar septiembre, tendríamos la motivación y presión suficiente como para aprovechar al máximo la hora de Internet que teníamos en la biblioteca (nada de mails), incluso para hablar alemán por teléfono, aunque fuera al estilo Gran Jefe Culo Blanco.
Aún así, el Erasmus continuaba con sus fiestas, sus cursos, sus actividades. De esos momentos guardamos bonitas fotos como esta de Alexis:

Respecto a la familia Bischofs, los papeles se redefinieron ligeramente. Mamá-Cristina seguía preparándonos exquisitas delicatessen a cambio de poder descansar después de cenar. Por ejemplo, unas berenjenas rellenas sin berenjena, puesto que Jaume había tirado la parte de fuera al verlas mezcladas con el resto de "deshechos". Sara se convirtió en nuestra mascota, pues nos hacía compañía incondicionalmente, aún teniendo mil trabajos que hacer para su universidad. Salva y Rachel se convirtieron en los amantes de la familia (¿Incesto?). Papá-Jordi en ocasiones intentaba abandonar la familia (Fabriccio, Fabriccio...), yendo a barbacoas y demás eventos con los Erasmus de otros años que todavía quedaban por Hannover, en vez de ir con los de nuestro año. De todas formas, nunca hubo divorcio. César y yo éramos niños bien enseñados y seguíamos las pautas de todo buen Erasmus, acudiendo a todos los eventos, los divertidos y los no tan divertidos. La residencia en sí, cada día era más encantadora:
miércoles, 22 de agosto de 2007
Los Lunnis al sol
Sábado. Planta baja en un barrio "periférico" (por decirlo finamente). Si hubiéramos estado en España, no habríamos ni entrado. Pero como los alemanes son tan supermegaeficientesdelamuerte y los ladrones y psicópatas están en peligro de extinción (sólo quedan ladrones de bicis) le dimos un voto de confianza al pisito. Dos alemanes y una alemana, la habitación era grande, el suelo de tarima. Los alemanes, muy simpáticos. Nos dieron una semana para decidir. Más tarde nos daríamos cuenta que la zona era genial, el precio era genial, los compañeros de piso eran geniales. Pero al ser primerizos y encontrar el piso en una zona tan desangelada tardaríamos unos días en llamar (no llegó a la semana, pero de todas formas ya lo habían cogido)... ¡Genial!
A partir de ese momento el número de pisos vistos por día crecería exponencialmente. Salva era nuestro portavoz (era con diferencia el que más alemán sabía de los tres). Jordi y yo éramos el apoyo logístico. Mi PDA sin antena era el apoyo cartográfico. El billete de transporte público integrado, nuestra salvación.
Si en la variedad está el gusto, podemos decir que esos días fueron "exquisitos": hubo de todo. Estuvimos en casa de un chino que nos decía que si pensábamos que la habitación era una mierda (eine Scheiße) se lo dijéramos en ese momento. Alias: el chino. En casa de una chica joven envejecida por la mala baba, que decía que la sala era suya pero que dependiendo del día nos podía dejar ver la tele con ella. Alias: la sargento. En casa de unas alemanas que tenían una cama galáctica llena de lucecitas de navidad. Alias: las de la cama interestelar. De unos alemanes muy alemanes que iban a juego con su casa de diseño neosurrealista. Alias: los Rammstein. De una jovencita que escuchaba Skape. Sin alias, eran las de la casa de Kleefeld. De una lesbiana que se traía la novia los fines de semana y nos lo avisaba antes por si nos importaba, y que en la selección de compañero de piso haría varias tandas de entrevistas, la segunda de ellas individual. Su tarjeta de presentación fue una cagada de pájaro en el hombro al ritmo de un seco y compasivo "Hallo". Alias: la ogro. Salva, nos seguimos compadeciendo de tus 20 horas de entrevista...
Otra visita: la casa de unos hippies que amaban hablar inglés y que eran habituales del Glocksee. O una residencia que parecía ser una especie de secta, aunque en Internet pusieran que era un piso compartido por 115 euros al mes. Para los curiosos, un año después han vuelto a poner el mismo anuncio, y casi vuelvo a caer en la trampa. Visitamos también a una ancianita que con sus 80 años buscaba un compañero de piso tranquilo y amigable. Y a un par de alemanes que usaban el altillo-cama del pasillo para que durmieran los invitados y, cuando estaba libre, para subir a fumar. En los momentos punta llegábamos a visitar 5 o 6 pisos por día, algunos días tuvimos que faltar a clase de alemán.
Uno de los días teníamos una pausa de una hora entre piso y piso: no nos salía a cuenta ir directos al siguiente ni volver a casa, tampoco nos daba tiempo de tomar un café o sucedáneo. De repente nos vimos los tres sentados en un banco de la plaza de Steintor. Estábamos exhaustos, comentando lo absurdo del momento y metiéndonos con los habitantes de las casas que habíamos visitado. Era una escena ideal para la película Los lunes al sol, porque encima era lunes y estábamos al sol. En aquél momento hizo gracia la tontería, pero la cuestión es que (conectar música melancólica de fondo) desde ese día siempre que paso por ese rincón de la plaza me acuerdo de las penurias de septiembre, siempre me acuerdo de los Lunnis al sol.
martes, 21 de agosto de 2007
Supervivencia
Eso sí, podía decirle que mi lieblingsfarbe era el azul, que me heisseaba Jaume, que era 24 Jahre alt y que kommía aus Barcelona. En vista que a los caseros y Mitbewohners de Hannover no les interesaba mi color favorito ni mi forma de pronunciar los números en alemán, y para no agobiar más a mis compañeros de residencia, que suficiente tenían con buscar algo para ellos, decidí optar por los e-mails. Eso me limitaba aproximadamente a la mitad de las ofertas, y retrasaba el tiempo de respuesta aproximadamente a mucho mucho.
Pero dentro de lo que cabe hubo suerte, de aproximadamente 5 mails enviados uno me respondió quedando para el sábado, y otro para decirme una frase que poco a poco iríamos interiorizando, piso tras piso: es ist schon weg (vamos, que no).
Esa semana fui con Jordi a informarme sobre los proyectos de fin de carrera, no nos fuera a pillar el toro con eso también... Pude conocer por fin a la señorita Zapater, la encargada de los estudiantes internacionales en el campo de las telecos. Originaria de... Valencia. Curiosamente, ofrecía un par de proyectos, pero eran muy orientados a solo telemática y en principio no era eso lo que me interesaba. Me dio las pautas para seguir buscando otros temas, y a qué departamentos ir para cada uno. Con un poco de suerte podría encontrar algo rapidito y ponerme ya con el proyecto. Pero de momento lo importante era no quedarse en la calle: seguíamos sin piso.
La semana iba pasando. Ya teníamos el primer examen de alemán, en que todos sacaríamos notazas (pero yo seguía sin poder hablar con Herr Horsch). Los del grupo avanzado de alemán empezaron a odiar a su profesor Auditor, los del grupo básico seguíamos idolatrando a nuestra amada Perrine (léase con acento alemán o francés, no quisiera herir sensibilidades por culpa de una mala lectura de este bonito nombre).
Uno de los días nos tocó ir de cena con una amiga de Salva (tortilla de cristipatatas). En las siguientes fotos se observa claramente el concepto "uno trabajando y los demás mirando"; de hecho, aquí comenzó la verdadera adopción de Rachel como la séptima española de la Bischofsholer Damm. Fotos de la cámara de Cris.


Eso sí, los platos los fregábamos entre todos, por turnos/por días. Pero seguíamos sin piso. Las actividades organizadas seguían abundando: un individuo con traje medieval nos enseñó la ciudad de pe a pa, incluso rincones que no hemos vuelto a ver. La ciudad se nos hacía grande y todo... Foto de Alexis:
Era muy bonito. Pero seguíamos sin piso. Rectifico: Salva y Cristina (uno de los minigrupitos que comenté antes) habían encontrado el piso perfecto: relativamente barato, a 5 minutos del edificio principal de la Universidad, a 10 minutos del centro, con compañeros alemanes, habitación gigante y casi totalmente amueblada... Pero lo habían mirado entre los dos y se lo jugaron a cara o cruz. Y efectivamente: a Cristina le cambió la cara cuando ganó, mientras que Salva tuvo que cargar con la cruz de haber perdido la habitación perfecta.

Domingo
¡Fútbol!
La primera actividad extraoficial Erasmus que no implicaba beber cerveza estaba programada para ese mediodía. Partido de fútbol, para futboleros y no futboleros. No hay mucho que decir, sólo que los que no jugábamos nos pudimos pegar la siesta padre, al rico sol alemán. Soy pesado con lo del sol, pero al cabo de una semana ya empezaba a resultar raro tanto calor. Como el fútbol no es interesante pondré fotos de las gradas. Foto by Sara.

A continuación la foto del fichaje estrella, by Cris:

Y ahora que me lo he pensado mejor, un par de fotos del terreno de juego (by Cris).


Y después de este absurdo paréntesis para poner fotos de un partido de fútbol, vayamos al grano con las verdaderas primeras penurias del Erasmus. Sólo había pasado una semana, pero por esas cosas de la vida ya se acercaba mitad de mes (es lo que tienen los meses pequeñitos que empiezan el día 4). El día treinta nos echaban de la residencia que teníamos reservada durante el curso de alemán: ¡A la calle!
Bien, no hacía falta alarmarse, había mucho tiempo por delante. Lo que no había era la soltura con el idioma (ni mucho menos), lo que faltaban eran los conocidos nativos a los que preguntar, lo que no teníamos eran las referencias sobre dónde y cómo era mejor empezar a buscar, ni la experiencia buscando piso, ni la disponibilidad horaria... Ni el conocimiento de la ciudad. Y para los casos "fáciles" no había valor para pagar 600 euros de fianza. Aparte de eso, todo eran condiciones favorables. Pero eso, es otra historia...
lunes, 20 de agosto de 2007
Turismo
Primer sábado con la Familia Erasmus. La asociación de estudiantes internacionales organizaba una visita al Rathaus. La asociación de estudiantes anglohispanos-germanoparlantes (uséase, el pack 6+1 ya comentado) decidió unirse al evento. Nadie se había fijado bien en la hora a la que había que estar frente al Ayuntamiento, así que todos hicimos caso a Radio Makuto; no sé quién dijo la hora, el caso es que los otros 6 le hicimos caso sin asegurarnos mirando el papelito, como buenos seres desorientados que se fían de todo lo que les dicen. Resultado: llegamos al lugar de encuentro, pero lo hicimos una hora después.
Entramos a ver si los encontrábamos aún, pero quizás seguíamos sin estar acostumbrados a la mentalidad alemana: si no estás a la hora, me voy (no esperes que te llame ni que me preocupe, es tu problema). Decidimos ir por nuestra cuenta y subir a la cúpula: cobraban 2 euros. "¡Ya iremos otro día!". Paseo por los jardines y lagos del ayuntamiento. La foto de rigor, gentileza de la cámara de Salva:
Como se puede observar, el tiempo seguía siendo muy típico de Alemania. Lluvia, nieve, viento. Después de esta foto hubieron varias pneumonías, pues tuvimos que desprendernos de nuestras bufandas y chaquetas de pluma para poder salir más sexys en la foto.
Al volver, los Erasmus responsables y puntuales ya habían salido. Pudimos observar la primera despedida de soltero alemana. Luego dicen que Spain is different... ¡Pues Alemania es verschiedene!
Por la noche, fiesta. Es posible que en próximos posts me ahorre esta coletilla ("por la noche, fiesta"), pues se convirtió en una especie de rutina cuya única finalidad era serenar nuestro estresante ritmo de vida, resultado del gran esfuerzo mental y el duro trabajo que desempeñábamos a lo largo del día.
martes, 31 de julio de 2007
Jaumalfombra con Tekila
Como comenté, a partir de este momento no puedo especificar días concretos porque los recuerdos quedan diluídos (evidentemente, no especificaré el medio en que quedan diluídos). Sólo sé que volvimos unos cuantos días al bar de los vinilos colgados del techo, y que nuevamente se sacaron fotos curiosas, como ésta de la cámara de Salva:
martes, 10 de julio de 2007
Gran Erasmus
El Mensa era ya nuestro pan de cada día. Las clases de alemán empezaban a complicarse por momentos: nos anunciaron el primer examen para la semana siguiente. Eso era un intensivo y lo demás tonterías. Ahora ya teníamos a papá Jordi que nos acompañaba en coche a los sitios, a mamá Cristina que nos preparaba ricos manjares (véase foto adjunta), al tito Salva y tito César que nos proponían actividades, a la tata Sara que nos ponía a raya para que no nos durmiéramos, a la tía Rachel que nos obligaba a hablar alemán, al Jaume que contaba chistes malos... A continuación, foto familiar (faltan Rachel y Salva, que hizo la foto).
Era el principio del Gran Erasmus, oh qué bonito qué precioso (ehem). Tantas horas juntos nos daban para criticar a los vecinos, para conseguir que la máquina de las lavadoras no se tragara 50 cents por la cara, para hablar sobre los curiosos wáteres con posa-Scheisse incorporado (no tengo fotos, por suerte), para escuchar curiosas leyendas sobre peluquería acuática-casera-oriental, para abrirnos una cuenta en Deutsche Bank, para comprarnos una tarjeta de móvil O2, para "anmeldarnos" en Hannover (registrarse como residente, tal como se nos recomendó), para salir día sí y día también, para descubrir nuevos formatos maquiniles tabaquiles...
...y, lo más importante, para descubrir que Alemania era un país tropical, dijeran lo que dijeran.
miércoles, 4 de julio de 2007
Darta-Rachel y los seis Erasmosqueteros
El Mensa pondría toda la información sobre la Mesa: la fiesta había acabado con violaciones, asesinatos, drogadicciones y suicidios colectivos. Me había escapado de una buena. Por suerte, la bendita comida de Mensa se ocuparía de las resurrecciones, desintoxicaciones y tratamientos psicológicos oportunos. Ahora nos llevábamos más con Rachel y los polaquitos que con los demás Erasmus, Alice y John se habían ido un poco por su lado. Así, el spanish team con la inglesa Rachel a la cabeza se dirigió al centro de operaciones Bischosholer Damm.
Quién lo iba a decir, 4 españoles y una inglesa, y todos hablando en inglés o alemán entre nosotros. Jordi aprovechó el factor coche para proponer un viaje a algún hipermercado cercano. Nosotros aprovechamos el factor coche de Jordi para irnos con él. El azar aprovechó el factor coche de Jordi unido al factor hipermercado para hacernos caer en alguna que otra novatada más, como por ejemplo el comprar azúcar pulverizado o agua con gas creyendo que comprábamos azúcar "a secas" y agua "a secas" (perdónese la absurdidad de la expresión "agua a secas").
Ya teníamos comida. Mucha comida. Decidimos ponerla toda repartida entre mi armario y el de Sara (éramos los únicos que vivíamos en la misma planta: teníamos dos armarios donde guardar cosas, ¡Qué lujo!). Además, yo tenía ya cosas para la cocina y 3 platos con los que intentaríamos apañarnos. Ya no seríamos dos sino... ¡Cinco! ¿Cinco? ¡No! (uff cómo agotan los signos de apertura "¡" y "¿"...). Pues eso, no!! Esa noche llegaban dos nuevos inquilinos, que serían aceptados en nuestro nuevo gueto desde el primer minuto. Don Salva y Doña Cristina. Como me ha dado por poner las primeras impresiones de todos, esta vez no será menos. Salva se puso a hablarnos como si nos conociera de toda la vida, no parecía afectarle el factor "no os he visto jamás". Cristina sí parecía cortarse un poco, pero lo demostraba en forma de risa compulsiva, así que en realidad no se le notaba tanto. En cualquier caso, al cabo de una hora de estar con ellos éramos ya como de la familia.
No podía creer que 3 días antes fuera todo tan monótono, no podía creer que una semana antes estuviera en Barcelona sin tan siquiera haber empezado la maleta (sí, la hice el día antes, como el que se va un par de días a Londres). Parecía llevar meses en Alemania. Pero ahora ya estábamos todos: desde ese momento y hasta final de nuestra estancia en Bischos seríamos la familia Erasmus: el papá (indeterminado), la mamá (Cristina) y los 5 hijitos. O para los forofos del tema, el Gran Erasmus acababa de empezar sus emisiones. Éramos siete. Sólo podía quedar uno...
martes, 3 de julio de 2007
Jaumultikulturell
Pero no fue para tanto, a las nueve estábamos ya en un bar, del que no escribiré el nombre principalmente porque no me acuerdo. Pero que no cunda el pánico, pues de ese día data la primera foto que tengo, gentileza del recién llegado Jordi.
Si consigo acordarme de pedírselas a Alexis, adjuntaré las fotos de los posavasos políglotas. No tienen desperdicio.
¡Fotos conseguidas! Sólo visibles para los que lean el blog por primera vez o los [locos] que lo relean. Ahí va:

lunes, 2 de julio de 2007
Jaumadrugón...
Ocho de la mañana. No todo lo que brilla es oro. Y mucho menos la pantalla del móvil cuando éste se puso a sonar. Mi cabeza había aumentado su densidad, pesaba 3 veces más. ¡Qué pereza! A clase, se ha dicho. Creo que habíamos quedado unos cuantos para ir a clase juntitos, oh, qué bonito.
Hubo movimientos de grupo avanzado-grupo básico de alemán, se ve que el avanzado era demasiado avanzado, y el básico demasiado básico. Nuestra profesora Perrine ya se situó el segundo día en su correspondiente posición de mito erótico de media clase. Por desgracia no nos daría clase todos los días. Pasaron lista: había un Jordi entre nosotros. Un nombre no muy inglés, no muy francés, no muy irlandés. El alicantino más dicharachero había aparecido. Hacía teleco, venía también a hacer el proyecto, y no había podido llegar el primer día porque su ruta Alicante-Hannover en coche había durado un poco más de lo esperado.
Mensa. Esta vez sí. Pudimos saber al fin qué se siente comiendo un bol de ensalada por 40 céntimos, un plato de carne o pescado por 1,30 euros, un bol de arroz o pasta por 40 céntimos. Todos habíamos comido en sitios baratos, pero esto nos superaba. Eso sí, los primeros días no conocíamos las normas del buen alemán (un par de bolsas de plástico, como ya dije, y una botella llena de agua en la mochila), así que... ¡Tuvimos que pagar la bebida! La botella de agua costaba 50 céntimos, ¡Qué escándalo! Tomamos asiento y nos comimos esos deliciosos manjares, dejando el misterio de los precios para otro momento. Aprendí que "coñ" en polaco significa caballo, y otras muchas cosas útiles. Éramos más que el día anterior. No hubo café.
Evidentemente, la noche estaba ya planificada. Um acht Uhr im Kröpcke.
domingo, 1 de julio de 2007
Jaumanfang...
Al cúmulo inicial se había añadido Radek y Kasia, los dos polaquitos, y Sara había desaparecido del mapa. Más tarde se unieron otros erasmus, a los que ya no identifico (demasiada gente para aprenderse en un día). Ahí ya se difumina todo, supongo que por agotamiento mental en aquel momento. Lo que está claro es que al despedirnos quedamos para salir esa noche, aunque estuviéramos todos muertos de sueño. Había un bar irlandés que según Radio Makuto tenía precio de estudiante para la cerveza los lunes y viernes. Total, por un día... Además, ¡era el primer día oficial de erasmus! ¡Por qué no ir! Um acht Uhr im Kröpcke Uhr!! (a las 8 en el reloj de Kröpcke). Una frase que quedaría para la posteridad, pues no nos cansaríamos de oírla y repetirla.
Hasta las ocho teníamos tiempo de sobras. Fui a notificar mi mudanza a mis ex-vecinos y los planes de Karaoke a mi nueva vecina (sí, el bar irlandés era un karaoke...). Siesta. Partida de cartas. Tranvía. Puntualidad europea. Baguettes: sería el único día que comeríamos algo en ese bar, pero no el único día que iríamos. Aproximadamente volvería a ir 40 veces más, siempre en lunes.
La cosa seguía como por la mañana, sólo que ahora con cervezas de trigo de medio litro (Weissbier!!). Todos hablando con todos, rondando por el bar: no había "grupitos". Era el Dublin Inn, desde ese día el punto de encuentro de los erasmus, lunes tras lunes. Cerveza, escenario para cantar, gente nueva... Rachel la inglesa que hablaba rapidísimo, Alexis el francés que hacía fotos, John el inglés muy inglés, Fred el francés muy francés, Michal el superpolaco, Szimon el polaco que no parecía polaco, Ray el inglés que todos pensábamos que era de China, Timo el finlandés calmado y divertido, Andreas el polaco salido, el brasileño tiracañas, Margarita la búlgara fotogénica, Adriana la rumana de mirada fija, Ilona la finlandesa muy finlandesa... Menos ir al lavabo y pocas cosas más, a partir de ese momento lo haríamos todo juntos.
Quizás con quien más hablamos fue con Rachel y los polaquitos. Rachel vivía también con nosotros en Bischosholerdamm (fuera del mapa), y los polaquitos vivían en Callinstrasse. Más tarde nos lo contarían: la "Callin" era una de las mejores residencias de Hannover, y hasta el año anterior los Erasmus iban allí de cabeza. Pero a lo largo de los dos años anteriores algunos erasmus españoles habían involucionado lo suficiente como para llenar una lavadora de botellas de cerveza hasta reventarla, lanzar sillas balcón abajo, lanzar bicis balcón arriba, y pasar el rato de otras muchas originales maneras. Supuestamente las gamberradas eran cada vez más gordas, incluso las que hacían los no-españoles para luego acusarlos a ellos (de perdidos, al río). La pelota se hizo tan grande que al final explotó. En España habrían buscado a los responsables y les habrían hecho comprar otra lavadora, o habrían subido los precios de la residencia para que todos pagaran los estropicios de unos pocos. Pero estamos en Alemania, y como buenos alemanes quisieron cortar el problema de raíz. ¡¡No más españoles en la Callin!! Cogieron el mapa de Europa, lo partieron por la mitad, y recolocaron a los erasmus del año siguiente (nuestro año). Los del Este a la Callin, los demás fuera del mapa. Y así fue: ningún español volvió a pisar Callinstrasse, por los tiempos de los tiempos.
¿Seguro? ¿Ninguno más? Quedan aún muchos posts para saber la verdad...
miércoles, 27 de junio de 2007
Jaumensa
Sin darnos cuenta, acabaríamos cruzando los pasos de peatones sin miedo a ser atropellados; acabaríamos mirando con pánico el carril bici antes de cruzar; seríamos partícipes de un atasco de bicis a las ocho de la mañana; saldríamos con una sonrisa de imbéciles a la calle los días de sol, aunque tuviéramos mil cosas que hacer; acabaríamos bañándonos en el lago cuando hiciera calor; diciendo buenas tardes a las once de la noche y buenos días a las tres de la tarde; finalizando las frases en "oder?" y afirmando con "genau", incluso al hablar en nuestros idiomas maternos; pondríamos las "comillas" empezando por ,,abajo"; no nos escandalizaríamos cuando nos dieran codazos por la calle sin pedir disculpas; compraríamos bratwurst a personas con una mochila-parrilla y un paraguas de colorines, sin pensar que eso es ridículo; comeríamos helados por la calle a temperaturas bajo cero; compraríamos, por fin, artículos absurdos en el Lidl; no nos emocionaríamos como niños cada vez que se pone a nevar... Bien, esta última tendremos que excluirla de la mutación alemanizadora, por cuestiones de cambio climático. Cuando ves que nieva más en Barcelona que en Hannover empiezas a entender el porqué de las archiconocidas expresiones "¡¡Estás más tostado que un alemán!!" o "¡Para el calor, un bratwurst!". Incluso se rumorea el lanzamiento del tema "Merkel-reguetón" para el año próximo. Será cuestión de esperar.
domingo, 24 de junio de 2007
Jaumerasmus
4 de septiembre, 2006. 7.30 de la mañana. Un kiwi? Venga. A madrugar nuevamente, qué cara debía llevar... Hablando de cara, casi olvido que el viernes anterior había quedado con Johannes nuevamente para comprar el billete mensual de transporte público. Entrar al metro sin "picar" el billete es algo a lo que no estamos muy acostumbrados en Spanien.
Johannes ya me había indicado cómo llegar a la Universidad, y dónde estaba la oficina de relaciones internacionales. Ahora sólo faltaba no perderme. Efectivamente, no me perdí para llegar. Enfrente del edificio habían dos personitas con dos hipermaletas. Era evidente que eran Erasmus, y que esperaban lo mismo que yo. Después descubriría que eran Radek y Kasia, dos polaquitos que estaban como un cencerro. Pero yo no había desayunado, y había venido con mucho tiempo para comer algo por ahí. Intenté llegar a la zona que me había llevado Johannes para las cervezas, pero no lo conseguí. Había algún bar por el camino, pero estaba cerrado todavía. Vuelta atrás, a ver si encima vas a llegar tarde.
Ya había alguien más, las dos personitas seguían fuera muriéndose de frío, y dentro había una chica de aspecto más mediterráneo que todo lo que llevaba viendo desde hacía 5 días, y una chica de origen indefinido con un libro, a lo suyo (luego descubriríamos que era Erin la americana, y que ella y su libro seguirían todo el Erasmus igual). Sólo quería un poco de descanso mental y poder hablar algo de castellano, con un poco de suerte sería española... Le pregunté si era allí lo del Francesco Ducatelli, pregunta estúpida cuyo único objetivo era escucharle la voz y ver de dónde era el acento. ¡Casi! Era italiana, se llamaba Alice, y nunca paraba de reír. Nos podíamos entender perfectamente en Spanisch-Italienisch, que vivan las lenguas románicas.
Al fin llegó un alemán con sonrisa diabólica y nos invitó a pasar. Empezó a llegar la gente. El alemán diabólico nos preguntaba de dónde éramos, por qué habíamos venido a Hannover, etcétera. Hablaba rapidísimo. Yo que pensaba que sabía alemán con mi mes de clases... Se llamaba Auditor y me daba miedo. Durante un rato, seguimos hablando los tres (Alice, yo y mi estómago). Al rato aparecieron dos alemanas y el gran Ducatelli. Era un nombre ya tan familiar (por los mails pre-erasmus de información y preguntas varias, la mayoría sin respuesta...) que estoy seguro que todos deseábamos conocerlo en persona. Estábamos en un aula más bien mediana, y representa que ahí tenían que caber todos los Erasmus. Todos los Erasmus y las galletitas con café!!!! Al fin!!! Desayunooooo!!!!
Fue entonces cuando Ducatelli vino a mí. Necesitaba hablar algo conmigo a solas. No me habló de la familia. Me comentó que había una pareja de polacos que querían estar en habitaciones contiguas porque se querían mucho mucho. Y la de al lado de la polaca era mi habitación (o al revés). Así que si no me importaba (y si no también) me cambiaba de habitación, a la planta de arriba. Cuando tuviera la mudanza hecha, ya le llevaba la llave. Para que luego digan que hay que deshacer la maleta nadamás llegar a los sitios: por suerte tuve una mudanza rapidísima, y encima subí de nivel (una planta!!). Es más, el primer día oficial del Erasmus ya tenía dos llaves en mi bolsillo (los que sigáis leyendo el blog por los tiempos de los tiempos veréis por qué lo digo). Crucé algunas palabras más con Alice hasta que llegó John el suizo. Tenía aspecto de suizo, porque era el único suizo que había visto en mi vida y por tanto todos los suizos que conocía eran como él. Monopolizó la conversación, al principio dirigiéndose a ambos y luego a Alice en italiano. Así que me fui a visitar a los que creí que serían la pareja roba-habitaciones. ¿Por qué? Porque parecían ser pareja y parecían ser polacos. Galletita por aquí. Les eché la bronca en clave de humor pero no me entendieron. Se lo expliqué y me entendieron, pero ya no tenía gracia.
Ducatelli reapareció, y nos animó a sentarnos. Galletita por allá. Empezaron a proyectar diapositivas y nos dijeron lo que ya sabíamos, pero en alemán para que Jaume no lo entendiera. Luego me enteré que casi nadie entendió nada. Mal de muchos consuelo de Jaumes. Empezó a desfilar gente por allí, que si de la asociación de estudiantes internacionales para llevarnos a actividades interesantísimas, que si los profesores de alemán (el alemán diabólico era el del nivel avanzado, bieeeeeeeen); que si había que llevar la documentación y pagar el curso... Empezamos a rellenar papeles y nuevamente a hablar un poco con todos. Y a comer más galletitas. Nos pusimos a dibujar mapitas situando dónde vivíamos, con Alice la italiana y John el suizo. Galletita.
De repente apareció un individuo moreno y delgado, de faz amigable y expresión tranquila. Era César, y nos comentó que nos había oído hablar español, que de dónde éramos. Alice se partió de risa y dijo que era italiana pero que yo sí que era español. Él era de Madrid, y estudiaba arquitectura. Lo mejor de empezar el Erasmus: quieres conocer a todo el mundo y todo el mundo te quiere conocer a ti. Las ventajas: siempre empiezas la conversación de la misma forma, presentándote y preguntando lugar de procedencia, y a partir de ahí viendo lo que sabes de ese país o ciudad, y contando chorradas sobre el tuyo. Unas 3 horas de conversación sin tener que pensar mucho: eso ni en la mejor de las familias. Galletita.
A partir de ahí, todos a hablar con todos. Los que nos habíamos conocido a primera hora ya éramos como de la familia, los demás... Primos lejanos! Hubo una nueva incorporación hispanoparlante: Sara, de Valencia, traducción e interpretación. Una chica de aspecto serio y responsable y de mirada penetrante, que decía muchas tonterías y pestañeaba compulsivamente. Nos quedamos un buen rato el cúmulo inicial (como en los chistes, un barcelonés, un madrileño, una valenciana, una italiana y un suizo). Galletita (la última). Vivíamos en la misma residencia. Sara era mi vecina de planta (de la nueva planta). Peligro, peligro, todo el mundo me lo había avisado: ¡¡No te juntes con españoles, que no aprenderás alemán!! Por suerte luego nos dispersamos nuevamente.
Para variar, me quedé en la luna deambulando por ahí y presentándome a la gente (sí, suena ridículo, pero era lo que íbamos haciendo todos, instintivamente supongo). Tan alelado me quedé que un poco más y no pago, cuando todos se iban a ir me di cuenta que me había olvidado de pagar. Aunque quedándome el último hice el camino hacia la clase con la profesora (Perrine), y obtuve información privilegiada: íbamos a jugar a pelota en la primera clase! Sí, tenía su lógica, te pasan la pelota casi de repente y tienes que pensar rápido en decir cómo te llamas, tu país, tu edad, en alemán. Y así fue. Ich bin Jaume, ich komme aus Spanien... Bien, no voy a describir la clase.
Éramos un buen surtido Cuétara, de todos los países, de todas las carreras. Me gustaba. Después de la clase nos dirigimos hacia el Mensa, ese sitio del que tanto habíamos oído hablar, el de la comida a precios de risa. (...)
Fin de semana
Despertar, luz, sol, bienestar. ¿Desayunar? ¡Ni pensar!
Sí, realmente me había quedado alelado con esto del cambio de escenario, no tenía ni una galletita. Hoy sí, hoy a comprar. Ascensor, tranvía. Mis compañeros de planta, en la parada del tren. Vamos a comprar cosas para la cocina, ¿nos acompañas? Natürlich, vámunus vámunus. Con comprarme una ollita, un plato, un vaso y un tenedor yo creo que tenía bastante, de momento. El sitio se llamaba Poco, era un poco como el IKEA. Las cosas costaban muy poco, y mi kit inicial se convirtió en un megasurtido de bienes domésticos, fruto del teorema de Poyakis ("poyakistoyakí.."). Al final iba más cargado que los individuos a los que en principio sólo venía a acompañar. Cobran las bolsas, qué animalada, si pago 15 céntimos por bolsa me voy a arruinar. Yo y mi mochila nos apañaremos. ¿De verdad? ¡Novatooo! Nunca vayas por Alemania sin un par de bolsas bien a mano.
Ya tenía hasta perchas para la ropa. El par de platos había cundido, ya tenía el pisito montado. Ahí no recuerdo exactamente el orden de las cosas. Sé que fui al mercadillo de Christuskirche con los dos vecinillos, pero no sé si ese mismo sábado por la tarde o el domingo. Llegamos cuando estaban cerrando, pero nos llevamos gratis una caja de kiwis en mal estado, de los que salvamos más o menos la mitad. Así que pudimos desayunar y merendar kiwis. ¡¡Kiwenos que estabaaaan!!
Sábado por la noche, a dormir a las 22 h... Era el mundo al revés. Al día siguiente me levanté relativamente pronto. De hecho, estaba en mi último día de vacaciones, tenía que aprovecharlo. Me volví a ir al centro. Habían conciertos, paradas, Bratwursts, alemanes saltando sobre globos gigantes, etcétera. El detalle de los alemanes sobre globos ayudó a quitarme esa imagen de seriedad y rigor que tenía de ellos, y que ni siquiera las sandalias con calcetines blancos habían conseguido cambiar.
Volví a perderme por la ciudad, y esta vez volví directamente en metro (ahí sí que no recuerdo por dónde pasé). Me encontré a la parejita asiática jugando a fútbol, mi deporte favorito (risas del público). Pero aun así me apunté, total, por muy mal que jugara no me importaba hacer el ridículo, no conocía a nadie, nadie me conocía. Estaba llevando una vida muy tranquila, muy de espectador, muy pausada. Sabía que al día siguiente seguramente conocería gente nueva, el resto de los Erasmus tenían que llegar como máximo ese lunes. Pero podéis estar seguros de algo: de ninguna manera podía imaginar hasta qué punto iba a cambiar todo en 24 horas.
Ah, cenamos kiwis.
Septiembre
Todo se veía distinto. El día seguía siendo gris, pero ni llovía ni hacía frío, y sobre esa hora había más luz que la tarde anterior. No conocía nada, así que decidí seguir el método Pulgarcito: perderme. Por lo que vi en el mapa, la ciudad estaba plagada de paradas de metro, fuera donde fuera siempre encontraría una, y si no preguntando llegaría a Roma. Seguí por las calles que me pareció, caminando sin rumbo, sin prisa, sin idea de dónde ir. Era una ciudad bonita pero parecía toda como un decorado. Más tarde César (uno de los Erasmus) daría con la idea exacta: el centro de la ciudad era como un gran centro comercial. La diferencia: tenía como añadidos alguna que otra Ópera, un Ayuntamiento, una estación, y muchas casas rellenas de alemanes. Igual de rellenas que las patatas que me comí junto a una ensalada de pescado y pepinillos al llegar a un restaurante de especialidades del mar ("o argo"). No recuerdo el nombre, aunque si venís os lo enseño. Luego vería que fui a un sitio poco típico de Hannover (porque no ponían Bratwurst, vamos...), aunque como comida alemana no estaba nada mal. Como buen recién llegado a Deutschland me pedí un agua (a secas). Me trajeron un agua (con gas). Me gusta el agua con gas, pero no era consciente que para pedir agua (sin gas) hay que pedir agua SIN GAS. Si se puede alzar un poco la voz en el ohne (sin), mejor que mejor.
Unos cuatro euros un plato combinado que estaba muy bueno, ¿Será verdad que Alemania no es tan cara? ¡Qué bien! ¡Pues me pido un café! Qué bien me siento ahora, y por cuatro duros. Die Rechnung bitte? (que se notara que había estudiado un mes de alemán y podía pedir la cuenta...). Ja gern! Serán dos euros treinta por el café, y 2 euros por el agua (con gas). Ahí tenía mi comida por dos duros... ¡Novatoooooo!
Al fin nos habíamos reconciliado, mi estómago me regaló una dosis de energía mezclada con modorra, y empezó a trabajar. Ahora ya no me hablaba, volvía a estar solo, así que decidí continuar mi paseo sin rumbo. Esta vez no seguí la técnica Pulgarcito sino la de Hansel y Grettel: miré hacia arriba y fui en busca de lo que yo creía que serían los puntos clave de la ciudad. Sin mirar el mapa, sólo por el placer de perderse. Marktkirche. El río. El Ayuntamiento. Casas. Calles. Ya estaba perdido, al fin. Pregunté por la estación central (que síí, por eso del mes de alemán) y volví a encaminarme. La Ópera. Estaba cerca, pero no lo sabía. Tiré a lo fácil y le pregunté a un "señor con corbata", en inglés. Demasiado esfuerzo había sido intentar entender las indicaciones en alemán de la señora de antes!
Estación. Tranvías. Gente de todo tipo. Punkies. Hambre. Bocadillo de pescado en el Nordsee, para comer andando por la calle, estilo alemán. No era aún suficientemente alemán: me senté en una especie de bancos enfrente de la estación. Pensamientos trascendentales. Gente. Alemanes. Alemanas. Como Canarias, como Mallorca, pero en su salsa. Salsa... Comida... El bocadillo se había acabado, tenía más hambre. Pizza. Tabaco. 4 euros, dolor. Paseo. Casa.
Cuarta planta, noch einmal. Sopresa: ¡Había gente! Somos nuevos. Nos presentamos. Un vietnamita y un ukrainés. Veníos a mi habitación (a la del de Ukraína). Nombres, números de habitación, conversaciones de recién llegados. Yo casi no sabía alemán, el de Vietnam casi no sabía inglés. Así que nos entendíamos vía pot-pourri idiomático y con la ayuda del ukrainés, que hacía de traductor. Vinieron más visitas, también nuevos, pero casi fue de pasada. Sueño. Cama. Esta vez me digné a poner el edredón, pero poner las sábanas ya era pedir mucho, estaba agotado.
sábado, 23 de junio de 2007
Jaunnover arrival
Estábamos en mi primer día del Erasmus, 31 de agosto de 2006, que por mucho que se le quite importancia es un día que nunca se olvida. Era viernes y llovía. Johannes me acompañó muy amablemente hasta la residencia, había por lo menos media hora de camino!! La estación de metro me impresionó bastante, para ser el metro de una ciudad "pequeña" lo encontraba exageradamente grande. No dejaba de ver "guiris" por todas partes, estaba rodeado. Pobre iluso: el guiri era yo. No creía poder acostumbrarme a ver a los alemanes como la gente de la calle, la gente del día a día. Me parecía extraño tener que hacerme a una ciudad tan "extranjera".
Llegada. Haltstelle: Kerstingstrasse. Nos habíamos salido del mapa. Ya no había gente por la calle. Sólo coches (coches caros). Saliendo del tram se podía ver un edificio muy alto, muy gris. Efectivamente: era allí. Planta cuarta. La primera habitación, a la izquierda (información innecesaria). Las 2 hipermaletas entraron por la puerta, seguidas de mí y de Johannes. Misión cumplida, ya tenía 12 metros cuadrados donde vivir.
Tras responder algunas preguntas típicas de un barcelonés perdido, Johannes se fue para su casa, a preparar su maleta: al día siguiente se iba a Hamburgo a casa de sus padres, ahora sí que no conocía a nadie en Hannover. Portazo. Ascensor. Silencio. Oscuridad. No habían vecinos. No había teléfono. Miré por la ventana. ¡Se veía todo Hannover! Hasta ese momento no me había dado cuenta realmente de lo que pasaba. Estaba a 1667 km de casa. No conocía absolutamente a nadie. Por un momento me vi en la misma situación por unos cuantos meses. Había abandonado todo mi entorno, ahora partía de cero en un escenario totalmente distinto. Ese cambio de escenario tenía que haber sido agotador, ¿Por qué no estaba cansado? Sí que lo estaba, pero hasta ese momento no me había dado cuenta... Estaba exhausto. Me senté en la cama para descansar un poco. Me estiré hacia un lado. Me dormí.
viernes, 22 de junio de 2007
Había una vez un Erasmus que llegó a Hannover...
Hallo!
Pues resulta que estoy en Hannover de Erasmus, como nadie de los lectores a los que he dado esta dirección debe saber… Y resulta que ya hice bien en olvidarme un poco de mi viaje al más allá (más allá de ejpéin), pues por mucho que pensara igualmente me iba a olvidar de cosas importantes, como por ejemplo de los apuntes de alemán, o de un simple diccionario… Si no doy para más… no doy para más, y punto. Eso sí, el osea ordenador no me lo he dejado, ni los osea auriculares, ni la osea baraja de cartas en miniatura sabes? Para no manchar mi buena imagen (no comment) abandonaré aquí la lista de cosas que no he olvidado.
Hecha esta macarrónica introducción, quisiera contaros (para los que hayáis recibido mi prometido mail con la dirección del blog, o los que sintonizáis Radio Makuto, y por tanto no sabéis nada de mí desde mi partida –qué poético…–) que el viaje no fue bien. Fue más que bien: todavía no me creo que en un viaje coche-avión-bus-tren en un entorno desconocido y hostil no tuviera que esperar ni cinco minutos en ninguno de los by-pass… Para colmo la alemanita que se sentaba a mi lado en el viónvión hablaba español, y me aconsejó cuál era la mejor combinación para llegar desde Weeze hasta Hannover. Para recolmo, mientras esperaba la maleta en el aeropuerto me viene a saludar (oh sí) un excompañero de prácticas de telecos que curiosamente iba de erasmus a Essen, así que lo poco que tuve que esperar en el viaje fue en compañía de un alma caritativa (oh, qué será de nosotros, pobres Erasmus, bla bla bla).
Al salir nos informamos bien de qué había que coger para hacer luego el trasbordo hacia Hannover (ídem el otro teleco, para ir a Essen), y los dos minibuses salían a las dos (eran las dos menos cinco…), así que con la calma fuimos hasta allí, mi bus se estaba yendo, pero el amable señor (amable porque eran 10 euros en un minibús que llevaba sólo una persona…) que controlaba “la paradeta” le dijo al conductor que diera la vuelta para recogerme (vale, un poco estresante sí que fue, aunque no tuviera que esperar nada). La alemanita que viajaba en el asiento de al lado del minibús no sé en qué hablaba, porque giró la cabeza hacia su ventana al ritmo del chumba chumba que retumbaba en sus oídos. Por suerte Bob Marley y Rammstein no giran la cabeza cuando le das a Play.
Al llegar a la estación central (Hbf, Hauptbahnhoff! Interiorización activada!) de Duisberg, más de lo mismo, eran las tres menos cuarto y el tren salía a las 15:11, pero había una cola impresionante para coger los billetes. A las 15:09 llegaba al andén, con mis 35 kilos de maletas encima. Como buen tren alemán, a las 15:10.53 empezó a aparecer, y a las 15:10.59 abría sus puertas. Evidentemente esto me lo acabo de inventar, pero poco más o menos debió ser así. Suerte que cogí segunda clase, porque no me imagino cómo sería la primera… Que si te traen café, que si qué desea (esto te lo decía la alemanita de turno, claro, …), que si más espacio entre asiento y asiento que en todo un vagón de grandes líneas RENFE… Eso sí, en Grandes Líneas RENFE te regalan un caramelito y unos auriculares.
Pero para qué engañarnos, en RENFE tienen algo que los alemanes no tienen: el sol viene incorporado de serie. Aquí viene de serie una cortina de nubes grises. En realidad Alemania es un país soleado, siempre y cuándo vivas por encima de la cortinita de nubes grises (¡Lo vi con mis propios ojos desde el avión!). Sol como el que lucía el jueves por la mañana en el atasco de Valgorguina (que hizo llegar tarde al trabajo a mi querido primo, que amablemente me llevó al aeropuerto de Girona, pero que contribuyó a hacer de éste un viaje sin esperas, como he comentado). Fue el retardo justo para coger la tarjeta de embarque número 89 (hasta la 90 embarcamos primero con Ryanair, los demás tienen que esperarse y coger los peores asientos, o sea sabes tía tía tía…).
Poco antes de llegar envié un sms al tutor (estudiante que me asignan para ayudarme en los primeros pasos, para que me integre en la siudaat), diciéndole que estaba a punto de llegar, que cuando estuviera ahí le decía… Pero como le había dicho que llegaba entre 18.30 y 20.30 pues a las 4.30 no esperaría ningún mensaje, así que a mi llegada a Hannover (sobre las cinco) sí que tuve que esperar a que lo leyera y viniera a buscarme. Pero cómo no, vamos a ver el vaso medio lleno y a decir que como toma de contacto con la ciudad no estuvo mal, siempre es bueno pasarse media hora mirando la fauna y flora de la capital de
[Fragmento escrito el lunes 9 de Abril de 2007 sobre las 3.22 de la mañana (ya he cerrado el word y no me acuerdo de la hora exacta, aunque la acabe de mirar para escribirlo aquí)]
Pues bien, lo que iba a ser un blog que colgara justo al llegar a Hannover se ha convertido en un archivo de texto que casualmente he encontrado 7 meses después en
Así que a día 9 de abril, y haciendo tiempo en el aeropuerto de Bremen mientras me dispongo a pasar una semanita en las Barcelonas, continuaré esta parrafada que en su tiempo quiso ser un blog y que nadie sabe aun lo que acabará siendo. Usaré la técnica “Sagrada Familia”, que consiste en intentar continuar el texto por donde lo dejé, a pesar de mi memoria de pez y el poco interés que tiene a estas alturas mi llegada a Hannover. Pero como sé que más de una persona lo leerá ya estoy contento (me incluyo yo mismo dentro de 5 años como lector). Bueno… Eso si sobrevivo al Erasmus!
Tal y como estaba estipulado, me levanté de la silla. Mi cuerpo descansaba sobre mis dos pies. Gotas de sudor caían por mi frente. La tenue luz que iluminaba mi camino, lejos de aunar mis sentimientos de coraje, contribuyó sobremanera a agudizar la inseguridad intrínseca a mi persona. El momento había llegado. Mi pie izquierdo abandonó el suelo y ascendió lentamente. Las gentes del lugar ni se inmutaron. Con valentía y decisión, fijé la mirada en un punto del suelo y coloqué el susodicho pie en el mismo. Lo más difícil ya había pasado. Poco costó levantar el pie derecho y repetir la misma acción. ¡¡Ya había dado mis primeros pasos en Hannover!!
Johannes (el tutor que me asignaron) me hizo un breve resumen de cómo son los bares en Alemania y en Spanien (aquí los bares no te destrozan tanto los oídos, en principio). Mis preguntas tenían más de curiosidad que de visión de futuro. En vez de preguntar “qué compañía de móviles me aconsejas como estudiante, ya que debería comprarme una tarjeta alemana” le preguntaba sobre las gentes y las costumbres alemanas. ¡¡Oh!! Qué útil te va a ser saber que el Hannover 96, el equipo de fútbol de la ciudad, suele dejar mucho que desear… Ahora toca embarcar, el vuelo a Barcelona sale en media hora. Tengo que dejar aquí este post. Por lo menos he matado el aburrimiento típico de los aeropuertos, escribiendo chorradas :-).
El segundo post también
Más vale tarde que muy tarde
Porque muchas veces confundimos el pasárnoslo bien con el tener que contar a lo demás lo bien que nos lo hemos pasado. Pues no, meine Damen und Herren, ahora les voy a contar las cosas haciendo flashback, que para algo es mi blog y puedo escribir lo que me blozca! (iba a escribir "lo que me salga de los blogs" pero por suerte he rectificado a tiempo).